«Orilla» por Maite Varela

Trago y la garganta me raspa. Pero trago igual, porque ganas de tragar es lo que tengo, y porque la arena me hace dar cuenta de cosas cuando la odio tanto. Con descaro, con cada pluma asible, hasta la última gota, así lo cuenta. Un pecado, otra marca disruptiva de trofeo para ese pecho objeto avaro al que me arrimo irremediablemente ni por puta. Ese jugo que segrega cada vez que el otro peca, es la lubricación perfecta para ser ella tan natural. De acá para allá, de allá para acá. Pecho a lunares que se acerca hasta mi cara: con esa espuma no me embriago ni hasta pasado mañana. Te repudio, te vomito, con la fuerza del que salta al río desde una piedra inmensa, del tamaño de su falo, si tuviera uno. Cuerpito gentil que me vuelvo loca cuando por las tardes la veo entrar y no sé si adorarla o acribillarla. Cuerpito encantador. No he conocido en mi vida una pecadora tan grande. Qué sé yo si creo en el diablo.

Desde los días con ella tengo un sueño recurrente que transcurre en el interior de un auto abandonado. Una vez es Jimena con J, otra vez es Mora con M, otras veces no me dicen sus nombres. Los asientos de terciopelo morado no tienen el típico olor a nafta de los autos usados. No. Estos huelen a chicle y saben igual. Lo sé porque los lamo por confusión, cuando lo que intento lamer es la piel de Rocío con R, que en el medio suelta un grito casi lírico en el cual festeja lo que yo misma le hago con la punta de mi lengua. Sabrina con S se aparece de vez en cuando en mi auto en venta. Ese que uso para los placeres últimos en el quinto sueño de la noche. Tania con T, tan escondida. Sólo a veces se anima a entrar.

Esta vez la que se asoma a mi encuentro es Oriana con O. Me despierto confundida como siempre, y difícilmente me alcanzan las largas horas junto a la ventana, mirando a ese auto destartalado de la esquina, con el eterno cartel de «en venta».

Llega Lucio con su cuerpo fornido, casi estatua, y se lanza sobre mí como un águila sobre su presa. Yo actúo a que soy suya, que me gusta, y mientras tanto, veo amainar el día por la ventana, sobre el viejo Dodge color vino oscuro.

Dudas. Dudas, dudas, dudas, no paro. Nos tomamos unas vacaciones con Lucio. Nos vinimos al sur para volver a intentarlo. Dudas, hermano, dudas. Estamos acostados boca arriba sobre las piedras del lago Futalaufken. Sobre nosotros las estrellas brillan para nosotros, haciéndonos preguntas, o dándonos respuestas, o qué se yo. Al lado mío Lucio yace esbelto, con todo ese cuerpo que contiene a Lucio, detrás de sus pectorales, su vientre firme, y su barba espesa que me dice que es hombre a más no poder, que me agarra y me da vuelta como a una media, que no hay tipo más espléndido que él en toda la Patagonia argentina.

Dudas. Dudas mamá, de si soy la nena que esperabas. Dudas, Dieguito, mi primer amor en los galpones de Barracas. Dudas. Dudas que me hacen saltar de las piedras como salta la leche de Lucio sobre mi piel cada vez que es hombre y más hombre; como salta la ficha de que alguien no es quien pensaba ser hasta entonces. Le digo a Lucio que me voy a la carpa, que me voy. Y él se queda tranquilo, con su pija y las estrellas.

El techo de la carpa me cuenta que otra realidad me espera desde entonces. Yo no sé por dónde empezar a contárselo al mundo. El silencio del lago me mece hasta que me quedo dormida. Entre sueños las veo a todas juntas sobre mi carne. Un mar de todas juntas me avasalla y yo estallo a carcajadas, soy feliz en sueños como nunca creo haberlo sido.

El cierre de la carpa intenta despertarme, pero no logra sacarme de encima a Jimena con J. Sus labios me envuelven la boca entera, su piel me lastima de lo suave que es, la quiero toda para mí, justo cuando por mi boca entra la pija que ya conozco. Lucio, volviste. Volviste y así me lo hacés saber. Qué alegría tenerte de vuelta, Lucio, justo a vos, tan suave, tan esbelto, el cuerpo de hombre que deseo, justo por donde lo quiero, por el centro de mi garganta, hasta el fondo. Gracias, Lucio, sos un amoroso.

De pronto recuerdo la sensación al entrar por mi boca las tetas de todas. Y Lucio inyectándome su pija perfecta hasta la campanilla de mi garganta. Pienso en Julieta, en Mariana, en Florencia. Pienso en todas, mientras un río blanco corre hacia afuera por la comisura de mi boca, en la penumbra de la carpa, a orillas del lago Futalaufken.