Los amigos no se dan besos, por Nuria Desiree

Ilustrado por Gabriela Apezteguia

La seño me sienta en el primer banco, así puedo ver mejor. De lejos, las letras eran caminos de hormigas blancas sobre el pizarrón, entonces yo escribía lo que se me ocurría. Pero ella me dijo que tengo que copiar exactamente lo que está ahí. Ahora me siento con Patricio. Habla todo el día y me distrae. Le dije a la seño, pero me puso igual porque es zurdo como yo y así no nos chocamos los codos.

Extraño a Priscila. El año pasado me sentaba con ella. Hablaba bajito y se reía sin mostrar los dientes. Nunca charlaba en hora de clase y entendía super rápido las cuentas de matemática. Era la única de mi grado con la que me llevaba bien. Ahora que se cambió de escuela, ya me da lo mismo si me siento con Patricio o con cualquiera de mis compañeros. Todos me caen mal. A veces en los recreos, se ponen alrededor mío y me gritan llorona. Trato de que no me salgan las lágrimas, aunque igual se escapan. Pero es que lloro de la bronca.

Patricio no es malo conmigo, aunque a veces me espía en los recreos. Ayer me siguió cuando iba al baño y el otro día lo vi escondido detrás de una columna mientras yo comía un alfajor en el patio. Trato de copiar bien la tarea, él no para de hablar. Me cuenta que hoy la mamá le dio dos pesos y se va a comprar un montón de golosinas en el kiosco. Cuando le voy a responder, la seño se da vuelta y dice mi nombre en voz alta. Pego un saltito y bajo la vista a mi cuaderno. Ya nos retó dos veces ayer por escucharnos hablar en clase, siempre parece que es mi culpa.

Suena el timbre y salimos todos corriendo al recreo. Los nenes de mi grado se chocan en el pasillo con otros más grandes, tratando de llegar rápido a la escalera. Abajo, todos se amontonan en el kiosco. La señora que atiende siempre dice que los más chiquitos primero, pero los de sexto y séptimo igual se meten adelante. Me agarro fuerte de la baranda y bajo los escalones con cuidado. Espero atrás de todo. No sé para qué lo intento, si al final nunca puedo comprar nada. Patricio se mete entre la gente y se cuelga de la reja. Se da vuelta y me ve.

-¡Clari, ¿vos qué querés?!

-¡Un jugo de naranja!

Cuando logra comprar, se agacha y corre entre las piernas de los chicos con un paquete de chizitos, una coca y mi juguito.

-Gracias -le digo.

Subo la escalera corriendo y entro en la biblioteca. Érika está atrás de su escritorio. Tiene los anteojos en la punta de la nariz. Siempre pienso que se le van a caer. Me saluda con una sonrisa y me alcanza uno de los libros que me gustan. Es enorme, de tapa dura. Con Priscila nos pasábamos acá la mayoría de los recreos mirándolos. Algunos estaban en alemán y no los entendíamos, pero no importaba porque la historia la inventábamos nosotras. Lo divertido eran las ilustraciones que cuando pasabas la página se levantaban con forma de castillos o de princesas o de dragones.

Érika se va y me quedo sola con Haime, el esqueleto, que me mira desde sus ojos vacíos y siempre parece que sonríe. Le faltan algunos dientes y tiene la cadera torcida, agarrada con alambre. Es viejo como la escuela y alto como mi papá. Los chicos dicen que es de plástico, pero él ya me dijo que es de verdad y que antes de ser esqueleto era profesor.

-Hola, Clari, ¿cómo estás hoy?

−Hola Haime. Más o menos.

– Tranquila, segundo grado siempre es más difícil que primero, pero te va a ir bien.

-No, es que me sentaron adelante con Patricio.

─Y decile a la seño que te cambie.

─No puedo, porque si no se queda solo, igual que yo. Voy a tratar de llevarme bien.

Son casi las cinco. Me apuro a copiar la tarea del pizarrón. Confundo mayo y marzo porque en cursiva la y griega y la zeta son iguales. Toca el timbre y empezamos a guardar. Patricio saca un papel de su bolsillo, me lo da y me mira fijo. Tiene un aliento a queso terrible y migas de chizitos alrededor de la boca. Es un dibujo de una nena rubia con trencitas.

─Sos vos. No le digas a nadie que te lo di.

Pasan las semanas y de tanto hablar con Patricio nos hacemos amigos. Ya no me sigue en el pasillo ni se esconde, ahora camina al lado mío y nos contamos todo. Pero hoy está un poco raro, no habla tanto y no deja de patear la pata del banco. La frente le transpira como nunca.

Los chicos empiezan a bajar para formar y él no guardó nada. Se acerca y dice bajito:

─¿Vos alguna vez le diste un beso a alguien?

No sé qué responder. Ahora a mí también me transpira la frente.

─¿Probamos con un beso en el cachete?

Giro un poco la cara. Se acerca con su mochila de carrito y me lo da. Se queda mirándome. Tiene esa sonrisa que pone cuando algo le salió bien. Camino rápido hasta la puerta escuchando el sonido de las rueditas contra el piso.

Cada día Patricio me da un beso en un lugar distinto. En la frente, en la nariz. Ya quedan pocos lugares de mi cara sin besar. Ahora juega con la lapicera de pluma y tiene los dedos azules de tinta. Le cae un rulo sobre la frente, que se le queda pegado por la transpiración. Qué asco. Pongo jueves con b larga sin querer, lo borro con el borratinta y, por no esperar a que se seque, se me hace un agujero en la hoja. Mis compañeros se dieron cuenta de que pasa algo. Empezaron a decir que somos novios y ahora nos cargan con eso. Yo les digo que es mentira, pero no me creen, o no les importa.

Son las cinco y todos bajan apurados haciendo mucho ruido con las mochilas de carrito. Me quiero ir con ellos pero Patricio me frena.

─¡Esperá, falta el beso!

Me corro el pelo. Hace frío, pero tengo calor y mis manos tiemblan un poco, como en la sala de espera del dentista. Patricio acerca la cabeza, me da un beso súper rápido en el cuello. Yo me voy corriendo del salón y bajo las escaleras con cuidado, a ver si encima me caigo. Me quedo al final de la fila porque ya están empezando a recitar la oración. Bandera de la Patria celeste y blanca, símbolo… no me sale la letra, aunque la decimos todos los días. Parece que la seño no se dio cuenta de nada. Me duele la panza. Quiero llorar, pero me aguanto, respiro profundo. Patricio se pone al final de la fila de los varones y me sonríe. Yo lo ignoro. Me concentro en seguir con la vista a los chicos que traen las banderas agarrándolas de cada punta, las doblan y la alumna de séptimo la guarda en Dirección.

En casa, mientras tomo la leche, mi abuela mira la novela. El chico le acaricia el cachete a la chica, la mira fijo y le da un beso en la boca. Ella cierra los ojos. Entonces vuelven a mostrarlo a él y veo que tiene la cara de Patricio. El vaso que tengo en las manos se me resbala y cae al piso. La chocolatada me salpica las zapatillas y se desparrama abajo de la mesa. La abuela pega un grito y me manda a mi cuarto.

No entiendo por qué Patricio está tan hincha con esto de los besos. Con Priscila nos abrazábamos y nos dábamos besos en el cachete todo el tiempo, y nunca me había dado miedo que nos vean, eso era normal. Ahora es diferente. Estoy sola en la biblioteca y Haime me mira.

─Haime, no le quiero dar un beso a Patricio.

─Bueno, no se lo des, entonces.

─¿Y voy a poder seguir siendo su amiga?

─Sí, ¿por qué esa pregunta?

─Porque no quiero estar sola.

─Si te obliga a darte besos, no es tu amigo.

Estamos en clase y Patricio se ve contento. Me mira y se ríe. Qué tarado, pienso. Copio la tarea en mi cuaderno, despacio, desprolijo, con tachones y manchas. No me sale mejor que esto. Y hoy menos. Termino justo cuando suena el timbre de salida. La última consigna es “ilustrar”, que significa hacer un dibujo. Me gusta cuando eso es parte de la tarea, pero hoy no me importa, lo escribo rápido y guardo todo. Qué bronca, Haime tiene razón, los amigos no te obligan a dar besos. Si no tardo, por ahí me puedo hacer la tonta y bajar con todo el mundo. Pero de los nervios se me cae la cartuchera y Patricio debe pensar que lo hice a propósito para tardar más. Me ayuda a juntar los lápices de colores, la seño dice que nos apuremos y se va con los demás chicos. Meto todo así nomás en la mochila, pero ya no me puedo ir. Patricio se acerca. Seguro tiene los labios fríos y pegajosos. Escucho su respiración, es como la de un chancho con mocos. Qué asco. Ya sé lo que va a hacer ahora, quiero decirle lo que me dijo Haime. Aunque me da miedo que no vuelva a juntarse más conmigo. El corazón me late fuerte. Tengo calor y transpiro. Patricio me mira a los ojos, es molesto que casi no pestañee. En el patio ya están recitando la oración a la bandera. Él se acerca a mi cara, ya no puedo salir corriendo. Escucho unos pasos en la escalera. Alguien sube.

Patricio cierra los ojos, pero yo no puedo dejar de ver su boca pegajosa que está casi por tocar mis labios. Puedo oler su aliento a chupetín de coca. Los pasos son cada vez más fuertes, me pongo muy nerviosa. Entonces levanto las dos manos hasta su cara y le empujo la cabeza con fuerza. Doy un paso atrás y antes de darme vuelta la escucho a mi mamá.

─Clari, acá estás, dale, vamos que tenemos turno con el oculista.

─Sí, se me cayó la cartuchera y tuve que juntar todo. ─digo aliviada porque no llegó a ver nada. Patricio sale corriendo. Le doy la mano a mi mamá y me voy con ella.

Ya tengo mis anteojos nuevos. La seño me sienta con Florencia más atrás. Es rara, pero me trata bien. Ella también usa anteojos, y jugamos a intercambiarlos y ver cómo ve cada una. Ahora ya puedo leer bien el pizarrón y empiezo a escribir un poco mejor. Patricio se quedó solo en el primer banco. Ya no me habla ni tarda en guardar.

Haime me sonríe desde su rincón mientras practico caligrafía en la biblioteca, y me pregunta por Patricio.

─No me sigue más, ni me espía.

─¿Y estás triste por eso?

─No, mejor. Ya no quiero ser su amiga.