La ultima morada, Valentina Mora

Ilustrado por Bel Gutierrez Fal

A Nathalie le hubiera encantado, estoy segura. Todos lloran. Se escucha como varios toman un respiro mezclado con bastantes mocos para poder volver a soltar un llanto desconsolado. Su padre está dando el discurso, pues es el hombre de la casa. Es su deber hacerlo. Te vamos a extrañar, hija, no sé cómo voy a poder vivir sin tu risa o tus visitas espontáneas entre semana. Mi pequeña soñadora, siempre decías que todo en esta vida es posible, tan creativa, tan amorosa, tan única, hoy el mundo pierde a uno de sus ángeles. No puedo creer cómo le salen tan fáciles las mentiras. Parece vómito. Lo expulsa sin pensarlo dos veces. Su madre tiene puesto el collar de perlas que tanto le pidió y nunca le dio porque no era digna de tener una reliquia familiar. Se está limpiando las lágrimas con un pañuelo blanco, parecido a ese que usaban las damas en las épocas pasadas, las que aparecían en las películas favoritas de Nat.

Nunca entendí nuestra conexión. Yo tan lógica, tan exacta. A mí no me expliques las cosas con adornos, mejor al punto. Mi cabeza puede resolver todas las ecuaciones que quieras, puede medir las probabilidades y el riesgo. Pero no con ella. Nathalie era todo lo contrario. Vivía en una nube de pedo, pensaba que su vida era una comedia romántica llena de sucesos increíbles. Le preguntaba por qué no estudiaba actuación, pues lo hacía tan bien en la vida real. Le encantaba el drama, la exageración. Llevaba la situación más cotidiana al límite. Me mostraba una sonrisa falsa cada vez que escuchaba mi cuestionamiento, mientras me tomaba de la mano y me decía: Con las letras me alcanza.

A lo lejos sigo escuchando a su padre y un discurso barato. Este señor puede hablar por horas, no sé cómo lo hace y tampoco se cómo todos seguimos despiertos. Me rio un poco internamente. Su familia tiene una constante necesidad de demostrar que son sanos y perfectos, cuando en realidad son todo lo contrario. Si yo hubiera dado el discurso, lo cual me correspondía ya que soy la persona que más la conoció, comenzaría por lo esencial. Nathalie estaba loca. Se ponía vestidos estampados de objetos aleatorios, se maquillaba mezclando sombras violetas y rojas, le gustaba emborracharse los lunes y dormir temprano los viernes. Vivía en una montaña rusa de emociones. Un día se despertaba llena de felicidad, positiva, quería arreglar su vida y al otro todo era dolor, tristeza y nostalgia. Pero la única cosa que siempre estaba presente era su necesidad de crear caos. Se aburría de la monotonía, la tranquilidad. No podía vivir más de dos días sin alguna preocupación. A veces me daba miedo porque llegaba a cruzar la línea de peligro. Era un constante baile con la muerte. En mi cabeza tuve la idea de hacerle una estatua para poner junto a su tumba, me imaginé su figura de la mano con una calavera, mientras bailaban el vals de la vida. Se que el concepto es un poco bizarro, pero así era Nat. Además, la estatua le iba a dar la atención de todo el cementerio. Eso que tanto le encantaba lo iba a tener. Siempre lo negó, pero era adicta a las miradas. Se arreglaba para entrar en cada lugar y llamar la atención. Sentirse deseada, adorada y envidiada era su droga. Cuando una de sus amigas sobresalía le daban arranques de ira, que luego escondía con excusas. Nunca llegué hacer realidad la escultura, porque cuando le comenté a su padre mi deseo, me respondió con un contundente no. Traté de convencerlo y de explicarle el significado, pero Roberto no quería escuchar. Para callarme me dijo que el lugar del cementerio lo había pagado con su dinero, así que él era el único autorizado para tomar decisiones. Quise gritarle todos los insultos posibles, pero me mordí la lengua. No había nada que pudiera hacer. Sé que Nathalie estaría mirándome con sus ojos de decepción, constantemente me decía cagona por ser educada y políticamente correcta. Ahora pienso que tal vez siempre tuvo razón, soy una cagona de mierda.  

La madre comienza hablar, y yo decido alejarme de la multitud para fumar tranquila. Mientras camino por ese ambiente raro que tienen los cementerios, veo los diferentes mausoleos. La arquitectura es preciosa, pero el solo pensar que hay cuerpos en descomposición me causa náuseas. Mi mente vuela y me cuestiono qué voy hacer con sus cosas. Tengo pinturas exóticas, muebles con estampados extraños y bastantes objetos rosados por toda la casa. Tal vez me los quede para sentirla cerca, no olvidarla y mantener sus carcajadas en cualquier horario. Pero cada vez que siento su olor, algo dentro mío se destroza. Es como repetir una y otra vez el momento que me llamaron para avisarme que no estaba más en este planeta. ¿Por qué decidió partir? Sé que siempre quiso tener un final épico, pero ¿por qué tan pronto? Una parte mía se siente culpable. Ella me repetía que yo era su cable a tierra, la que le recordaba que la vida estaba en la realidad y no en los sueños. Tal vez la última vez no fue suficiente mi presencia, tal vez el aburrimiento de este mundo la sobrepasó. Tal vez su cabeza le ganó, o ya no necesitaba más un cable a tierra y solo quería volar.

Escucho un ruido de hojas y miro a esa dirección. Serena, una de sus mejores amigas, está observándome callada. Le hago un hola con la mano y le ofrezco un cigarrillo. Ella sonríe mientras me dice un dulce sí. Observo cómo Sere lo prende y recuerdo el día que nos conocimos. Si tengo que ser sincera, Nathalie no fue mi primera opción, la que había llamado mi atención era Serena. Totalmente mi tipo: linda, alta, educada, reservada e introvertida. Comienzo a imaginar qué hubiera pasado si seguía mis primeros instintos de esa noche. Seguro Sere y yo estaríamos casadas, tendríamos una relación tranquila de ir a tomar café los domingos mientras hablamos de teorías físicas y hoy solo sería un día donde la acompañaría a pasar la muerte de una amiga. Maldita Nathalie, siempre tenía que ser más que las otras. En el momento que vio mi interés por su amiga apareció frente a mis ojos con esa personalidad arrolladora. 

Sere sigue callada. Veo cómo expulsa el humo de su boca, sus labios tienen un toque de color violeta, seguro tomó antes de venir. Sé que está mal, no es una persona que beba antes de las diez de la noche. Tiene unos ojos hermosos, con pestañas largas. Parece que están maquillados, pero son así. Comienzo a observar su cuerpo. Se puso un vestido negro ajustado. Las piernas que tiene siempre llamaron mi atención, suaves y brillantes. Me nace un deseo de tocarlas, acariciarlas, se deben sentir como terciopelo. ¿Y si la beso? ¿Estaría muy mal? ¿Sería una desalmada? Solo quiero un beso corto para sentir sus labios, para probar un poco de vino. Comienzo a acercarme lentamente, sé que siempre le guste. Sería como cumplir una fantasía que tenía hace años. El baño esta solo a cinco minutos, todo seria rápido, un polvo por despecho. Dicen que el sexo es bueno para el dolor. Pero si me rechaza, sería incomodo. Tal vez piense que estoy loca por querer comerle la boca en esta situación. Me freno, no es buena idea. Aunque si lo pienso más en profundidad podría llorar y decir que todo esto me sobrepasa. ¿Quién va a juzgar a la novia de la muerta? Decido seguir mi camino para acercarme. Ella me mira. Estoy tan cerca de su boca. Siento el calor de su respiración. Sere aun no dice ninguna palabra, no me frena, está quieta, esperando mi siguiente paso. Cuando nuestras bocas se rozan, cierro los ojos y me dejo ir. Los labios se tocan. De repente veo la cara de Nathalie sonriéndome mientras comemos en un restaurante nuevo. Le encantaba salir a explorar la gastronomía. Decía que una buena comida le daba un gran orgasmo. Sere me toma del cuello para profundizar el beso, decide que la lengua debe comenzar a jugar un rol. Yo sigo sus acciones. Nathalie durmiendo, Nathalie en su bici, Nathalie bañándose, Nathalie tomando sol. En mi cabeza solo esta ella. ¿Qué voy a hacer sin Nat? No sé ni quién soy yo, no se quién era antes de ella. Estábamos todo el tiempo juntas. Sus amigas se volvieron mis amigas, sus gustos ahora son míos. Era mi lugar seguro, donde siempre podía recurrir. Cuando tenía un día malo, me hacía batidos de vainilla y le ponía colorante amarillo, porque decía que ingerir ese color te subía el ánimo. Según ella eso hacia Van Gogh. ¿Quién me va a sacar a bailar a boliches con glitter? Nat era la que me recordaba que soñar es divertido, que no ser normal para la sociedad está bien. ¿Quién me va hacer reír sin parar?. Mi otra mitad se fue, mi complemento se desvaneció. Y ahora vuelvo a ser la aburrida Jaz, que trabaja en algo soso, come sin sentir sabores y piensa que el mundo es una mierda sin remedio. Ahora solo soy Jaz. Solo eso. Las lágrimas se resbalan por mis mejillas y me separo de Sere. Ella se sorprende. Le pido disculpas por lo que acaba de pasar y la rubia solo me calma diciéndome que todos estamos tratando de hacer lo mejor con esta situación.

Nos sentamos en una de las bancas para prender el segundo cigarrillo. Nathalie es lo único que puedo tener en mi cabeza. Serena hace un ruido raro con la garganta, lo cual interrumpe mis pensamientos. 

-Lo lamento, Jaz. Natalie te amaba, ¿lo sabes? –me dice mientras me toma de la mano.

Yo le sonrió y asiento. Ella continua:

–Nunca la vi tan feliz en todos nuestros años de amistad. Siempre hablaba de ti y como por fin había encontrado el amor de su vida.

Algo en mi se vuelve a partir, el nudo en la garganta se forma. Por momentos caigo en la realidad que Nat no está más y por otros siento que voy a llegar a casa y va a estar sentada con un pijama de lentejuelas, los labios rojos, mientras escribe sin parar en su computadora, le voy a preguntar qué hace y solo me va a responder cosas que nadie entendería. Le confieso a Serena las pesadillas con las que he cargado estos tres días, le cuento cómo siento que la debí cuidar más, entenderla, animarla, mostrarle lo divertido de vivir. Lloro por primera vez desde que Nathalie se fue. Me quejo, ni una nota me dejó, tampoco una explicación. ¿Es egoísta de mi parte pedirle que me diera un por qué? A veces la odio por tomar la decisión sola, por no expresármelo y a veces me odio por estar tan ocupada en el trabajo, por tomarla como algo seguro y no darme cuenta de que estaba pasando en mi propia casa. 

Serena me consiente el pelo como una forma de contenerme. 

–Jaz, no puedes culparte por eso. No sabía si contarte algo respecto a la muerte de Nat. Sabes que te tengo aprecio, pero mi mejor amiga era ella. Al principio había decidido quedarme callada y mantener la lealtad, pero en este momento me doy cuenta de que mereces saberlo. Hace una semana Nat fue a mi casa. Estaba mal, nunca la había visto así en toda mi vida. Me pidió que la acompañara al hospital, me dijo que no quería hablar pero que necesitaba una amiga para estar con ella. Yo lo hice. Sabes cómo era. Siempre tenía sus secretos para hacer todo más interesante, pensé que era otra situación para llamar la atención. La esperé en el auto una hora. Salió y me pidió que la llevara a su casa. Por primera vez en mucho tiempo estuvo silenciosa todo el viaje. Me preocupé un poco, tengo que admitirlo. Pero cuando intenté hablar del tema, me gritó que fuera buena amiga y no me metiera en sus asuntos. El día de su muerte me dejó un sobre en casa. Yo no estaba así que lo encontré a la noche cuando volví del trabajo.

Serena se queda callada mirando la nada y yo me desespero de la intriga así que decido preguntarle qué había en el sobre. 

–Un papel que solo decía: Magnolia volvió y me llevó 1126696789.

Sere se acomoda el vestido mientras mueve las manos de forma nerviosa.

–Nat y yo teníamos un juego hace años. Salíamos a bares y boliches para conocer personas, pero para que fuera más interesante nos cambiábamos los nombres e inventábamos una vida. Yo me hacía llamar Agustina y Nathalie, Magnolia. Al principio fue algo gracioso. Decirles a extraños diferentes historias de vida que nunca íbamos a vivir, pero que a sus ojos eran ciertas. Un poco de adrenalina te da decir esas mentiras piadosas. Una noche conocimos a Mario, le dijimos que éramos dos estudiantes de Medicina con deseos de ser mochileras. Esa noche Nathalie cometió el error de darle el número, pensé que no le iba a contestar cuando le escribió, pero sí lo hizo. Comenzó a salir con él. Decía mentira tras mentira. Le dije a Nat que parara porque me parecía que todo se estaba saliendo de control, pero ella quería seguir. Las cosas se fueron al carajo cuando decidió querer estar con todos los amigos de Mario y él la incitaba a hacerlo. Es más, Mario le presentaba hombre tras hombre con la excusa de ser una pareja abierta. A mí algo me olía mal, pero Nat me decía que le gustaba esa libertad que él le daba. Le gustaba no sentirse sofocada y experimentar bajo el nombre e historia de Magnolia. Además, me explicaba que le emocionaba tener una vida que nadie conociera porque podía ser ella. Luego apareciste tú. Ella se enamoró perdidamente. Nos decía que eran amores de otra vida y debían encontrarse, por eso decidió cortar toda su vida de Magnolia. Supuse que todo había terminado en ese momento.

Sere me mira con los ojos aguados y yo siento que lo peor está por llegar.

 –Pero me equivoque. Cuando vi el papel me di cuenta de que el numero escrito era un teléfono, así que decidí llamar. Me contestó un hombre. Yo le pregunte si conocía a Magnolia o había escuchado esa palabra. Él se quedó callado y me pregunté el porqué. Decidí contarle la historia de Nathalie y el papel que me había dejado. El hombre del teléfono me pidió que fuera a su consultorio médico, era en el mismo hospital donde la había acompañado.

La rubia me toma de la mano y me da un apretón.

–Fui al día siguiente. Cuando escuchó la historia de Nat y le mostré su foto, la reconoció instantáneamente. Me explicó que además de ser ginecólogo, realizaba abortos clandestinos y Nathalie llegó por ese servicio a su consultorio. Me dijo que tenían la cita agendada para el mismo día que se mató. También le pareció importante decirme que en la última sesión Nat estuvo inquieta, le dijo que no estaba segura de hacerlo porque no era la solución. Que mientras Magnolia siguiera viva no iba a poder estar tranquila. Las dos no podían convivir en el mismo cuerpo porque iban a terminar lastimando al amor de su vida. El doctor pensó que eran nervios y le aconsejó que se tomara unos días para pensar la decisión.

Serena me consiente la cara y detecto en su mirada lastima.

–Después de eso busqué a Mario por Facebook y le escribí un mensaje preguntándole si aun tenía contacto con Magnolia. Él me respondió que sí y que se veían todos los viernes sin falta. Aunque me partía el corazón saber la respuesta, le pregunté si aun Nat seguía acostándose con todo hombre que le presentara. Al principio no me lo quiso decir, pero después de darle la noticia de su muerte, me confesó que sí, pero que hace dos meses, Magnolia, como le sigue diciendo, se había enamorado de un cliente. Se llama Ramiro y desde entonces solo tenía relaciones con él por decisión propia.

Sere comienza a llorar y yo estoy en shock. Empiezo atar los cabos en mi cabeza. Las semanas que Nat me decía que se iba de viaje donde sus padres, las noches donde no aparecía y al día siguiente me decía que estaba muy borracha y se había quedado en casa de una amiga, los mensajes con nombres desconocidos, tantas señales y no las pude ver. 

Sere abrió su cartera y saco un papel arrugado.

 –Eso también estaba en el sobre. Lo siento mucho Jaz.

Tomo la hoja y veo es una ecografía con el nombre y apellido de Nathalie. Vuelvo a arrugarlo y me lo guardo en el bolsillo. Miro a Serena y la beso. Ya no era Jaz, la tonta aburrida que curaba enfermas. Era Jaz. La Jaz a la que le iba a chupar todo un huevo. Así que en este momento, me voy a ir a coger a Serena al baño del cementerio sin importar que esté llorando la muerte de su amiga. Luego seguro voy al boliche preferido de Nathalie a cogerme a la primera chica linda que encuentre. Una, dos, tres, cuatro. Si tengo la oportunidad me encantaría hacer una orgia. Todo lo voy a hacer en la cama donde dormía con ella. Voy a ensuciar la casa de todas las pieles posibles. Me voy a encargar que Nathalie se retuerza en su propia tumba, que le pida al mismo diablo volver a la vida porque no puede soportar ver cómo me la saco del cuerpo.