Un mar por todos lados, por Santiago Barzizza

Ilustrado por Luz Vítolo

Éramos un grupo de amigos de 13 años que jugaba al fútbol, hablaba de minas, fumaba a escondidas y se hacía la paja en grupo. Habíamos formado una cofradía que llamábamos “El Club Porno”. Era nuestro lugar preferido. Nos lo tomamos en serio, si hasta imprimimos y plastificamos carnets de membresía. Cada uno tenía su número de socio y como yo era el cuatro, todos se reían, cosa que no me causaba mucha gracia, porque ser el cuatro daba para la joda. El número correspondía por orden alfabético. Yo y Mati Onorio, el siete, éramos los que nos llevábamos todas las cargadas.

Nos juntábamos en lo de Manu, porque él tenía un cuartito con un baño en el fondo separado del resto de la casa. En esa especie de guarida había un tele de 20” y un video reproductor sobre una cómoda de dos cajones. En el primero estaban los VHS. Algunos los habíamos comprado en complicidad con el hermano de Pato, que casi tenía 16 años, y los otros fueron robados del videoclub del barrio. En el segundo cajón estaba la colección de revistas. Había de diferentes tipos. Mis preferidas eran las europeas. No entendiamos nada de lo que decían, la calidad del papel era parecido al de los diarios y hasta había imágenes en blanco y negro, pero tenían un nivel de detalles que no se encontraba en ningún lado. Las mujeres no eran lindas, tenían peinados llenos de rulos y tetas caídas, pero podías ver dos vergas metidas en un mismo agujero y sexo anal. Las revistas europeas tenían mucho sexo anal. Las Playboys y las Eroticón también nos gustaban, porque encontrabas a mujeres famosas desnudas, como la Pradón, que era la rubia del momento; o la que yo buscaba siempre, la Callejón, con sus pezones marrones y ese culo tan redondo que me prendía fuego. 

Las revistas se ojeaban en el baño, ahí teníamos nuestra privacidad. En el club estaba mal visto molestar al que estuviera adentro. Con las películas era diferente, no nos quedaba otra que verlas todos juntos. Cuando poníamos los videos, nos sentábamos uno al lado del otro con la espalda apoyada en la pared, cada uno en su posición, guardando distancia. Empezábamos con vergüenza, pero las manos de a poco se inquietaban por adentro del pantalón hasta que aparecía el primero que no aguantaba y sacaba el pito afuera generando un efecto contagio.  Ahí comenzaba una especie de coreografía onanística con las manos de todos los presentes bailando al son de las escenas que salían de la pantalla. Coordinados con las imágenes, había que llegar al climax en el mismo momento en que las pijas de los actores explotaban en las caras o en las tetas de sus parteners. No establecimos reglas explícitas, pero, si había algo que se respetaba, era la mirada fija hacía adelante. Ya habría tiempo de chicanas, pero nunca mientras nos pajeábamos al unísono.

De todos los chicos con el que pasaba más tiempo era con Nico, porque vivía en la casa de al lado y tenía pileta. Además, él estaba siempre con su mamá, que no nos daba pelota.  Al padre casi ni lo veíamos, estaban separados y ni aparecía. El era un tipo más viejo, de mucha guita y por lo único que se preocupaba era que a Nico y su mamá no les faltara nada. Yo creo que era para mantenerlos tranquilos y que no pudieran hacerle reclamos.

Mis viejos le tenían lástima a la mamá de Nico. Decían que tenía los ojos tristes, que estaba siempre deprimida. Igual yo no podía dejar de mirarla. Era joven y distinta al resto de las mamás. Se paseaba por la casa en pijamas, pantalones cortitos, y a veces usaba un camisón suelto que le marcaba los pezones y dejaba ver más piel. Al principio la miraba disimuladamente con miedo a que mi amigo se diera cuenta y dijera algo, pero al pasar los días asumí que a ninguno de los dos en esa casa les importaba. 

Cuando estábamos en la pieza de Nico, siempre me aseguraba que la puerta quedara abierta,  así poder cogotear hacia afuera y verla desfilar entre ambiente y ambiente. Sólo una vez la vi meterse en la pileta. Tenía puesta una malla de vieja, cuando salió del agua, ni el colgajo de tela que se le inflaba por detrás podía disimular ese culo tan lindo. 

La primera vez que Nico me dijo algo, estábamos en su habitación jugando al SEGA. Él estaba sentado en el piso frente a la tele y yo saltaba inquieto con el joystick, acompañando los movimientos de mi cuerpo con las indicaciones que le hacía a mis jugadores. Entonces entró ella a traernos los  vasos de agua que Nico había dejado olvidados en la cocina. Yo le dije un gracias atontado, mientras la miraba irse meneando su cintura, no pude ocultar mi erección, y el shorts de fútbol que llevaba puesto terminó de deschavarme. 

Nico, empezó a dejar de ver la pantalla para centrarse en mí. 

—La tenes parada, hijo de puta —dijo riéndose

Yo sabiendo que me había descubierto y sintiéndome entre las cuerdas no pude negarlo. 

—¿Te calienta el jueguito putazo? ¿O estás así por mi vieja?

—Jaja y si, tu vieja anda tan así. No soy de madera.

—¿Te pensás que no me doy cuenta? No me jode igual.  —fijó sus ojos en mi bulto.—A verla, mostrame, dale. Yo también estoy re caliente, mirá. —automáticamente sacó su pito afuera. 

NIco era más chico que yo, pero lo tenía mucho más grande y desproporcionado en relación a su cuerpo menudito. Una pija grande y llena de pelos negros, al lado de la mía a la que sólo le asomaba una incipiente irregular pelusa. Yo se la conocía de las pajas grupales, pero nunca la había visto con tanto detalle. En el grupo era de los más tímidos, por eso me sorprendió verlo tan seguro con su pito en la mano.  

—¿Nos pajeamos? —me preguntó.

Esa fue la primera vez que lo hicimos los dos solos. Él de un lado de la cama, yo más cerca de la puerta, cerrando los ojos y pensando en su vieja. Las veces que los abría lo veía a él fijado en mí. Al principio me molestaba, pero la situación de éxtasis estaba por encima de esa incomodidad. Pajearme con Nico estaba bueno y más con la adrenalina de saber que la mamá nos podía descubrir. Esa vez terminé en la alfombra, apenas unas gotitas con poca consistencia. Pasé la ojota por arriba para esparcirlas y que desapareciera. Nico se río. 

   —Yo no sé cómo la voy a disimular. —dijo señalando con sus ojos el piletón blanco y espeso junto a sus pies.

Igual lo solucionó fácil: agarró el vaso de agua que había traído su mamá y se lo volcó arriba. En la alfombra quedó con un lamparón tremendo. 

—Listo. Se me cayó el agua, cosas que pasan.

Las pajas con Nico se volvieron habituales. Aunque no reemplazaban las del club, se sentían distintas, eran pajas secretas. Llegamos a un nivel de intimidad e intensidad por encima del que teníamos con el resto de la banda.  A veces hasta nos pajeábamos en su casa antes de volver a hacerlo en el club. 

La secuencia resultaba siempre igual: entraba a su habitación, mencionaba algo de la mamá, él me respondía con algún gesto. Trataba de correr a su vieja de la escena y traía algún material que nos pudiera servir para empezar. Yo con los ojos cerrados y él mirándome. 

Un día empezamos a hacerlo también en mi casa. Fue Nico el que insistió de a poco en cambiar el espacio. Lejos de su mamá se sentía distinto porque se soltaba más.

—La próxima tráete una bombacha de tu vieja así me caliento con algo. —le dije una vez.

Las pajas en mi casa acortaron un poco más las distancias físicas entre nosotros. El lugar que yo tenía para esas situaciones era una especie de guarda cosas en donde entraban no más de dos personas con la cabeza gacha. Teníamos que estar esquivando la lamparita que colgaba del techo y de la mesa en donde dejábamos el material. 

Como no tenía la excusa de su mamá, para inspirarme empecé a recurrir a las revistas que encontraba en casa. Las Para Ti, que venían con publicidades de ropa interior en su contratapa o la Gente, en donde te contaban que “estalló el verano” y te mostraban alguna teta de refilón.

Nico, igual que en su casa me miraba, pero acá fijaba su vista en mi mano subiendo y bajando la pielcita de mi pito, como buscando coordinar los tiempos y alcanzar la gloria a la vez. Era difícil que nuestros cuerpos no se rozaran, yo hacía lo necesario para evitarlo pero a Nico no le importaba. 

Las semanas siguientes él siguió insistiendo para hacerlo ahí, de hecho casi ni habíamos pisado su habitación, ni visto a su mamá. Estábamos los dos en plena acción en el cuartito, Nico arrastraba sus pies para acercarse cada vez más, yo lo vi venir y me quedé midiendo nuestras distancias nervioso. No sabía si alejarme o quedarme en el lugar. Por un segundo saqué mis ojos de la Para ti y los fijé en él, entonces la vi en su rostro. Era la mamá de Nico, me buscaba mordiéndose el labio, recorriendo su cuello con la mano, excitada. Vi en sus ojos el deseo, sus tetas redondas con  pezones rozados y su panza chata. En ese momento en donde estaba por explotar volví por un instante, y no la vi más,  otra vez estaba Nico desorbitado, con su cara cada vez más cerca. Pude sentir su jadeo a centímetros de mi boca y su aliento caliente mezclado con el mio. En ese momento me agarró el pito. Lo envolvió con toda su mano izquierda, y con la derecha intensificaba la velocidad de su paja. Era la primera vez que otra mano me lo tocaba. Quisiera recordar que fue solo un segundo, pero duró mucho más que eso. Hasta que le di un empujón.

—¿Qué haces boludo? No seas puto.  

Nico no se dio por aludido y siguió pajeándose mientras se incorporaba. Me la volví a agarrar y estaba más dura que nunca. Está vez fui yo el que se acercó. Los dos cara a cara, en el súmmum del placer, a punto de explotar.

Acabamos juntos, fue una ráfaga de disparos que no paraban de salir. No sabía que podía escupir tanto. Explotamos al mismo tiempo y dejamos un mar por todos lados. Los dos sucios. Su leche y la mía mezcladas en nuestras manos y piernas, en su pantalón, en mi calzoncillo arremangado. Las tetas de Araceli González agujereadas en la revista por el peso de nuestros líquidos densos. Salí apurado del guarda cosas y me encerré en el baño. Ni me miré al espejo. Nico no tengo idea como se limpió. Lo escuché gritarme por atrás de la puerta que se iba a su casa. Cuando salí del baño, no quedaban resabios del encuentro. 

Esa tarde con Nico consensuamos sin hablar, que nunca más íbamos a volver a tener ese nivel de intimidad y de hecho fue así tanto para nosotros dos como para el resto de la banda. Esa misma tarde, mientras Nico se escabullía de mi casa, los padres de Manu encontraban toda nuestra colección. Fue el hermano el que dejó la puerta sin llave y fue la mamá que en un ataque de limpieza se le ocurrió ordenar el cuartito. 

Nos citaron a los siete al día siguiente y nos reunieron en el patio. Manu y su hermano no iban a recibir un escarnio público ellos solos. El cuarto del fondo ya estaba intervenido cuando llegamos. Parecía la escena de un crimen luego de que los policías realizaran el peritaje. Nos pusieron en fila, con la mirada al piso, para que seamos testigos de la destrucción de la evidencia. El papá de Manu prendió una fogata en un tacho, resignado entre el enojo y la comprensión. Nos obligaron a quemar todo. Los carnets, los VHS, las revistas ardieron. Las suecas y la Callejón, las cintas y los plastificados se consumieron hasta convertirse en ceniza.