Inocentes por ahora, por Marianela Altamirano

Iustrado por Carolina Sevilla Bachiller Teruelo

Estoy sentado en el cordón esperando que mi mamá me traiga una gaseosa y un pancho. Me dijo que me quedara ahí porque quiere estar bien adelante cuando pase la comparsa. Me acomodo el pantalón y abro las piernas todo lo que puedo formando una v corta, así cuido el lugar de los dos. La miro entre la gente mientras compra las cosas, tiene la cara triste, apoya de a una y despacio las monedas en la mesa del puestito, que en realidad es una chapa sobre dos tanques. Creo que a mamá le gusta venir al corso porque ya es la tercera noche seguida que estamos acá. Yo un poco me aburro, por eso fue a comprarme algo de comer, porque cuando me aburro, lloro. Pero hoy me voy a portar bien, hace tres días que papá no viene a casa, no quiero verla triste.

Enfrente hay un parlante re grande y negro colgado de un poste de luz que parece que se va a caer en cualquier momento, tiene dos círculos en el medio que vibran para afuera porque la música suena fuerte. Están pasando un tema de Grupo Sombras que me gusta y lo canto despacito, me lo sé de memoria porque mamá tiene todos sus casettes y los escucha siempre. Voy a tomar veneno para olvidarte, no quiero seguir sufriendo, quiero olvidar este afecto, quiero morir, quiero apagar mi dolor.

Algunas personas están bailando en la mitad de la calle, otras se trajeron unas reposeras desde sus casas y chusmean todo sentadas desde ahí. También hay nenes y nenas jugando a la guerra de espuma, corren y se chocan con los que bailan. Cada vez que alguno le tira espuma en los ojos al otro frenan para levantarse la remera y limpiarse, o se acercan para que sus papás lo hagan con algún pañuelo. Espero que no vengan a tirarme, hoy yo no tengo espuma, no puedo defenderme ni puedo correr porque mamá me dijo que me quedara acá.

Mi mamá vuelve y se sienta en el lugar que le guardé. Trajo un solo pancho con papitas y una Fanta.

—¿Y vos no te compraste?

—No tengo hambre, comé tranquilo — Me dice sin mirarme mientras abre la gaseosa. 

Mamá sabe que la Fanta no me gusta porque me deja bigotes naranjas y después todos se ríen cuando me ven así, pero no le digo nada porque cuando la miro se está secando los ojos con las manos. Hoy me tengo que portar bien. Como el pancho en silencio así la dejo escuchar tranquila los temas del Grupo Sombras. Déjame, feliz estoy, márchate, que así es mejor. Mamá canta y mira para otro lado, una lágrima se le mete en la boca.

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Cortan la música y se escucha que habla el presentador.

—¡Bienvenidos señoras y señores a una noche única! —El parlante hace un ruido finito y feo, la gente se tapa las orejas.

Unos hombres gordos de seguridad sacan a la gente de la calle y mamá me da la mano, todos tenemos que estar en la vereda. 

—¡Les pido un gran aplauso para la primera comparsa de la noche, nuestros queridos Inocentes por ahora!

La gente grita y algunos quieren bajar a la calle, pero los gordos los empujan de nuevo a la vereda. A lo lejos aparece el hombre que siempre viene primero, lleva una bandera grande azul con letras doradas que brillan cuando les da la luz, tiene estrellas y flecos que parece que bailan. El señor camina lento y la balancea despacio de un lado al otro, no sé si porque le pesa o para que todos la veamos.

Después vienen los hombres de los bombos enormes. Los llevan colgados de la cintura agarrándolos con una mano y les pegan con pedazos de manguera gruesa. Son un montón, tienen las caras transpiradas y van tocando todos a la vez. A medida que se acercan el corazón me empieza a latir más fuerte. Se mueve como si me fuera a explotar, siento que está a punto de salirse de mi pecho. Cada manguerazo me retumba de los pies a la cabeza. La gente que está detrás nuestro aplaude y baila, nos empujan un poco para adelante. Tironeo la mano de mamá pero no me presta atención, está en puntitas de pie y estira el cuello mirando hacia el final de la comparsa. 

Atrás vienen las mujeres con la cola medio al aire que se les mueve como gelatina. Mientras bailan, los flecos que cuelgan de sus bombachas saltan al ritmo de la música. Todas se pusieron brillitos dorados por todo el cuerpo y se pintaron mucho los ojos y la boca. Están rodeadas de plumas azules, algunas les salen de sus coronas y otras desde la espalda. También usan unas sandalias re altas. Me río porque me imagino que si una se cae desde ahí arriba, empuja a las otras y se caen todas, como un caminito de dominó.

Estoy ahí, mirando las plumas, cuando siento que mamá me suelta la mano y se mete en el medio de la comparsa. A veces algunos varones hacen eso en el corso, para sacarse fotos con las chicas, pero nosotros no tenemos cámara. Hay gritos, creo escuchar la voz de mi mamá pero no alcanzo a ver de dónde sale. Las bailarinas dejan de bailar, la comparsa se frena y se forma un círculo en el medio de la calle. Me mareo un poco, miro para todos lados pero no veo nada, solo las piernas infinitas de las chicas arriba de sus tacos. Siento la música en el pecho y en la cabeza más fuerte que nunca, el sonido de los bombos suena todo en mi corazón, me duele.

De repente aparecen corriendo los hombres de seguridad, empujando a la gente que se quiere acercar, y separan a todos. Los bombos se apagan de a poco. A la única que no pueden sacar de ahí es a mi mamá, que tiene agarrada de los pelos a una de las bailarinas y no la suelta. La chica se cayó al piso y está arrodillada tratando de levantarse, pero ella no la deja.

—¡Pendeja puta! —grita mamá toda colorada mientras le pega una piña en la cara.

La chica también grita y trata de zafarse. Se raspó todas las rodillas, pobre. Los de seguridad por fin las separan, agarran a mamá de los brazos y la llevan para la vereda de enfrente. Quiero seguirlos pero mamá me mira y con la cabeza me dice que me quede donde estoy. Agarro fuerte la Fanta y me siento de nuevo en el cordón, hoy tengo que portarme bien. 

La bailarina queda sentada en el medio de la calle, me hace acordar a la Barbie vieja que tiene mi prima. Está desparramada, los pelos para cualquier lado. Con las manos se tapa la cara, se nota que está llorando porque se le mueve el cuerpo. Sus compañeras la cubren con una campera, ella intenta pararse pero sus tacos son muy altos y se le dobla un tobillo. Se larga a llorar más fuerte mientras la levantan y camina despacito hacia mí. Pienso que me van a retar aunque yo no tuve la culpa, es mi mamá que vino mal porque siempre se pone así cuando pelea con papá. Pero solo pasan por al lado mío para subir a la vereda. Cuando está cerca veo que tiene sangre en la boca y los ojos con el maquillaje corrido. El lugar donde se cayó está lleno de plumas azules y ahí también quedó su corona, que una señora agarra y se pone en la cabeza mientras baila y se ríe.

El presentador dice el nombre de la próxima comparsa mientras la música vuelve a sonar. Son Los Reyes de la Alegría, el hombre del estandarte aparece mostrando su bandera lenta, esta vez con colores rojos y verdes. Miro para todos lados, quiero ver a dónde se llevaron a mi mamá, y no los encuentro. Los perdí. Siento ganas de llorar, pero tengo que esperarla y portarme bien. Juego con la tapita de la Fanta, la enrosco y la desenrosco. Pasan los hombres de los bombos, el corazón se me mueve en el pecho y en la garganta. Mi mamá no vuelve. Atrás otras chicas bailan con sonrisas grandes, tiran besos, muestran sus plumas y después la comparsa termina.

Los que venden espuma gritan ofreciéndolas más baratas porque ya es el final y el presentador se despide por el parlante que no deja de hacer ese ruido finito cada vez que habla. La gente se levanta, cierra sus reposeras y empieza a irse. El señor del puestito le tira sobras a un perro mientras le pasa un trapo a la chapa. Yo espero sentado en el cordón, cruzo mis brazos sobre las rodillas y apoyo la pera ahí.

Veo a uno de los gordos de seguridad sacando unas vallas, le pregunto por mi mamá, pero no contesta. En el suelo hay una pluma azul mezclada con espuma, la empujo con el pie y se me queda pegada a la zapatilla. Se fueron todos, la calle está vacía, ya no hay música. Se escuchan unos grillos pero no los veo, seguro están escondidos en el pasto. Solo queda la gente que limpia. Una señora saca las bolsas de los tachos de basura, otra barre pomos de espuma vacíos y los junta en una montañita sobre el cordón. Me preguntan dónde está mi mamá y les digo que no sé. Me aburro de esperar. Yo también me tapo la cara y lloro.