“Un paty común” de Oriana Messina

Ilustrado por Adriana Vidal

—No lo puedo creer. ¿Entonces no conoces el mar?

—No. Ni el Mc Donald’s.

—Bueno, te llevo.

—¿Al Mac?

—No, al mar.

Esa noche le pido la casa en Gesell a un amigo para el fin de semana y le aviso que nos vamos. 

—¿De dónde salió la casa tan rápido? —me pregunta moviéndose en el asiento del auto.

 —Se la pedí a un amigo que siempre me presta. También está la de mi tío en Mardel pero hay mucho más quilombo de gente aunque no sea temporada

—Ah, bueno —dice irónico.

—¿Qué te pasa? Mucha gente tiene casa en la costa.

Parece enojarse más. Silencio unos kilómetros.

 —Te lo tengo que decir —agrega entre dientes —Es un comentario careta el tuyo, ¿cuánta gente va a tener casa en la costa? Vas a tener que visitar un poco más el conurbano.

—Soy del conurbano.

—Vicente López no cuenta.

Seguimos el viaje pero con un ambiente más tenso. Igual le ponemos onda porque nos estamos yendo juntos dos días y todavía ni salimos de Capital. Estamos por la Autopista 25 de Mayo. Le voy contando los barrios que pasamos y él me pregunta cosas como qué es ese estadio cuando pasamos por la cancha de Vélez.

—Qué locura, máxima ochenta en la autopista. Yo no lo puedo creer. Imaginate la gente que tiene un Audi o un BMW. Pobres.

—¿Pobre esa gente?  —se exalta— ¿en qué planeta vivís flaca?

—Tranquilo bebé. Ya te voy a regalar un Audi.

La noche está hermosa. Le digo que en Hudson podemos sacar la lata y colar la pepa. Que ya estamos alejados. 

—¿Media o un cuarto?  —me pregunta

—Tomemos un cuartito a ver qué onda.

Pasamos por el Mc Donald’s de la ruta 2 y pido un Latte para mí. Cuando le pregunto qué quiere me dice un Paty común. Nos reímos y le digo que supongo que un Cuarto de Libra

Las luces de la ruta, la música, los palitos luminosos que delimitan las curvas dan la sensación de viajar a través de un túnel dónde todo fluye en armonía. Le digo que hace años no manejaba de pepa en la ruta y que nunca más voy a viajar de otra manera. 

—¿Qué es esto que escuchamos?

—Trap  —me dice y me cuenta que es un género nuevo que está pegando.

—Me encanta. Son como nenitos rapeando —le digo mientras me río y él me pone cara de culo.

Hablamos. Primero de la vida, después de lo locos que estamos, después de lo caretas que estamos y al final de lo no caretas que estábamos cuando dijimos eso.

El efecto de la pepa es como un ciclo de diferentes sensaciones. A veces no puedo parar de reír, otras cierro los ojos y puedo estar donde sea o ser lo que yo quiera. En otros momentos se pone denso y quiero que se termine y a veces voy perdiendo la memoria, preguntando una y otra vez ¿De qué nos reíamos?

Y también me pasa como ahora, que siento todo el cuerpo. Cada terminación nerviosa, cada célula de la piel es como un punto irradiante de energía y si lo estimulo la sensación me recorre entera, hasta llegar a mi mente en una especie de ráfaga de placer. Y me pongo muy puta. De fondo suena Semen-up y me sube la pepa. Lucas tiene la mano entre mis piernas y cada suave movimiento del auto activa mis células irradiadoras de calor que van hasta mi cerebro y terminan por convertirse en un líquido aceitoso que moja mis muslos, mi culo, mis piernas. Dejo una mano en el volante y con la otra agarro la mano de Lucas. Agarro su dedo y con él me corro la tanga, lo meto despacio en mi concha.

—Mirá cómo me ponés —le digo sin mirarlo en mitad de una curva pronunciada.

Me toca muy bien. Aprendió mirándome cómo me hago la paja. Marido no pudo en nuestros seis años de matrimonio. Me levanto el top y me quedo en corpiño. Nah me dice y se toca la pija por arriba del pantalón. Se le marca. Es el efecto enamoramiento que me hace verles la pija más grande de lo que es hasta que un tiempo después la vuelvo a ver y me decepciono. La toco, la aprieto y mis labios se relajan y humedecen esperando probarla. Lo miro y saco la lengua, la seña universal de querer de chupar una pija. La idea de apoyarla en mis labios en este estado de pepa corporal es como estar chupándola. Pienso en mi clítoris y lo toco con la mente hasta hacerme acabar. Una vez y después otra, y otra. Cíclico, como esta droga. Paro intencionalmente y le digo:

—No sabés cómo la estoy pasando. ¿Vos estás bien?

—¿Esto querías? —dice mientras saca la pija.

Bajo la velocidad y me tiro a la banquina. Acerco mi cara a la cabeza de su pija y veo una gotita transparente de líquido preseminal. Saco la punta de la lengua para recojerlo delicadamente. Es como una fiesta de sensaciones para mi boca drogada. Me humedezco los labios y me la meto despacio. Sólo un poco. La chupo hasta el final de la cabeza tratando de dejarle toda la saliva posible. Cuando está bien húmeda me la meto toda sintiendo la suavidad de su piel joven y tratando de no rozar con mis dientes su pito sensible. Me la meto hasta el fondo algunas veces hasta que encuentro el ritmo. Me ahogo. Las lágrimas aparecen en mis ojos y sigo, dando paso a la saliva del atragantamiento que me permite mojarla mucho más. Así me gusta chuparla. Bien babosa. La escupo y sigo fuerte, presionando un poco y sosteniendo el ritmo hasta que siento en la parte superior de mi lengua su vena agrandarse y esa especie de tomar impulso previo a largar el chorro a propulsión. Lucas se revuelca en el asiento y gime despacio. Sigo con la misma intensidad y cuando siento la leche chupo más lento. La paso por ambos lados de mi boca para sentir el sabor viscoso y suave, un poco ácido por su alimentación de pobre, un poco dulce por su juventud. Dejo su pito en mi boca sintiendo su pene como si fuera parte de mi propio cuerpo.

Estamos cerca pero quiero otro café. No puedo fumar cigarrillos si no tengo café o alcohol. Paramos en una YPF de la ruta y él se baja a comprarlo. Le doy un billete de quinientos.

 —Café con leche, cuatro sobres de edulcorante. Revolvelo bien. Comprate lo que quieras.

Desde el auto lo miro. Estoy muy puesta. El café me rescata un poco.

Deben ser las cuatro de la mañana. Ya llegamos a Gesell. Fuimos a ver el mar pero no hay ni luna, todo negro. Pusimos en el GPS la dirección del departamento. Dejamos el auto en la cochera. Traje bolsos y cosas como si me fuera cuatro semanas. Nos reímos del caos que sería bajar todo eso en un solo viaje pero ante mi insistencia lo intentamos. Entre risas, le digo:

—Lucas, me quedé pensando el otro día. Siempre me decís que pasas frío y te traje algo para solucionarlo.

—¿Qué me trajiste?  —dice con un gesto incómodo y media sonrisa.

—Tomá —le digo y le doy una bolsa de regalo con una campera de polar negro.

Se queda callado. Me mira. Incómodo pero visiblemente emocionado. Me acomoda un mechón de pelo que cae sobre mi cara.

—Con esto no tenés frío nunca más.

Subimos las escaleras cargados con todo. Cuando llegamos a la puerta del departamento 8 me doy cuenta que no tengo las llaves. Me tiro al piso con las cosas y Lucas va al auto a buscarlas. Vuelve a subir e intenta abrir pero no puede. 

—Ay, nene, ¿nunca usaste estas llaves redonditas? Van con el huequito para arriba y se giran —mientras digo esto y giro, la llave tampoco abre. Intento un rato más hasta que se me ocurre mirar en el celular. El departamento de mi amigo era el 6, no el 8. Nos volvemos a reír y agradecer que no hubiera nadie en el 8 llamando a la policía.

Cuando finalmente entramos Lu cierra la puerta con llave y pestillo. Yo me lavo la cara y las manos, me pongo una pollerita sin nada abajo, un top y perfume, me peino con las manos frente al espejo y me acuesto. 

Viene al lado mío. Me subo encima de él y le digo:

—No vamos a coger, nene. Ya te expliqué que soy tu mami y eso no se puede hacer. Está mal y nos pueden denunciar.

—Pero mami nadie nos ve acá. Me cansé de espiarte cuando te cambias, de que andes en tanga por la casa, quiero darte mi lechita. ¿Sabés cuantas veces me toqué pensando en vos?

Estando encima de él lo empiezo a besar despacio, pasarle la lengua por los labios, los dientes, las encías, todo su cuerpo nuevo y joven me incita a probarlo.

Eso es otra cosa que no hacía cuando estaba casada: chapar. No sé cómo uno en pareja olvida esas cosas que al fin y al cabo son la base de todo lo demás.

Después le bajo el pantalón y apoyo su pija en la entrada de mi concha y le digo que hasta ahí nomás, que no me la va a poner. Su verga parece tener intención propia y querer meterse dentro de mi cuerpo. Me gusta aguantar las ganas, mías y ajenas, el mayor tiempo posible. Además, si no lo hago así, la presión y la obligación implícita de coger porque estamos en una cama me saca todas las ganas. A él le divierte el juego y me acuerdo cuánto le insistía a Marido sin éxito.

Igual es poco lo que aguanto, porque no doy más y de sólo la puntita y que toda no, que no podemos hacer esto, que es ilegal, termina metiéndomela toda.

Lo cojo un rato. Primero más despacio, sintiendo cada centímetro de pija penetrándome. Después fuerte. Cada vez más mientras lo aprieto con los músculos de mi concha. Freno y lo miro a los ojos.

—Mami te quiere mucho —le digo cuando quiero que acabe porque siempre funciona. —¿Cuántos años tiene mi bebé?

 —Diecisiete —me dice en un jadeo mientras acaba adentro mío.

A todo esto seguimos re locos. En mi cabeza todavía escucho en repeat Semen-up mientras miro el techo y recuerdo el viaje en la ruta. Lucas saca mi guitarra y se pone a tocar. Mientras lo escucho se me vienen imágenes de mis últimos años. Cómo el matrimonio, mi hijo, la empresa fueron desdibujando mis placeres personales hasta abandonarme por completo. Después lo miro y pienso que no debería enamorarme ahora y mucho menos de un chico pobre y menor de edad. Que el amor es una cárcel y el matrimonio con hijos la cadena perpetua. Me río de mi divague y me pongo a cantar Fuego del Pity con él. Después agarro yo la guitarra, me tiro sobre las almohadas y toco Mi enfermedad, porque sólo sé cinco acordes. No tengo puchos, Lucas se ofrece a ir a comprarme y sale. Me quedo cantando más fuerte y pienso qué lindo es estar con un chico que disfruta de todo lo que hago, que tiene ganas de hacer cosas por mí, que me admira. Recuerdo las palabras de Marido lo que más me duele es que dejaste de admirarme. 

Vuelve. Yo sigo en la cama tocando la guitarra. Mientras toco, él me mira, mueve la cabeza a los dos lados no te digo que así estás hermosa porque sé que no te gusta. Se acerca a mis piernas, me corre la bombacha y me chupa despacio, en los lugares justos. Dejo la guitarra en la cama y me dedico a sentir su lengua. Con su mano libre pone un blues en Spotify: Red House, en vivo, de Jimmy Hendrix, y me pierdo entre su lengua y el blues. Estoy por acabar y lo freno para preguntarle:

—¿Por qué la chupas así, ¿cómo sabes hacer eso?

—No sé, vi un tutorial de YouTube —me dice, como si fuera lo más normal del mundo.

Si esto va a ser así, imposible no enamorarme. Seis años casada y mi marido nunca escuchó mi reclamo. ¿Tanto le costaba ver un tutorial de YouTube?

De repente se me viene una idea. Te quiere sólo para coger. Igual que tu marido sólo te quiso para coger (entre otras tareas domésticas). ¿Qué es todo esto? Una farsa cuyo sentido es meter un pito en una vagina. Capaz exagero. Como fuera me atraviesa la misma idea y no puedo salir de ahí.

—Lucas pará —le digo mientras cierro un poco las piernas. —Estoy malflasheando.

—¿Qué pasa? —dice empujando mis piernas con su cara para que lo deje seguir chupando.

—Me querés sólo para coger.

—Mirá el techo y decime lo que hay.

Lo miro un segundo. Sigo flasheando. Insiste.

—Una lámpara, esa marca de ahí parece hecha apropósito, una telaraña…

Me distrae, funciona. 

—En mi barrio cuando vas a comprar al almacén de la esquina siempre hay unos gedes escabiando que cuando pasas empiezan eh amigo dame un trago de esa coca, lo que sea. Una vez había uno con una Hilux nueva parado al lado de la puerta fumándose un pucho y me tira ehh loco dame dos pesos, le digo: Aguantá qué onda, amigo alta Hilux ¿y me pedís dos pesos? y me responde: ¿Y cómo te pensas que me la compré?

Lo miré y le dije: Además, qué flasheas si ya ni hay billetes de dos pesos, rajá de acá.

Me agarra un ataque de risa. Por un momento me olvido de todo. 

Pero vuelve el mal flash. 

 —No puedo. No estoy segura de si esto es lo que quiero. Vos me querés para coger y yo me estoy enganchando en esto que no me sirve.

 —La puta madre flaca. Estás re loca —me dice, gira y se envuelve en la frazada. 

Agarro el teléfono. Peor. Hay un mensaje de Marido:

Seguí garchando concha seca, hija de puta, vas a ver lo que es un ex malo.

Al toque otro:

No lo puedo superar, siento que ya no soy yo, ¿estás enamorada de este pibe? 

Me doy vuelta y me tapo hasta la cabeza. Creo que me duermo. Cuando me despierto él está ahí, con el celular y cara de enojado. 

—Quereme otra vez, bebé. Te extraño —le digo y funciona. Me sonríe y nos besamos.

—Dame de tu saliva con gusto a hamburguesa de Mc Donald’s, me encanta, la quiero tomar toda —le digo.

Me mira raro. Después con su lengua junta un poco de saliva y me la pone en la boca. La tomo y le pido más. Me encanta disfrutar de la juventud de su cuerpo. Aunque me haga sentir vieja. Es hermoso y no para de coger. Por la edad o por el sol en Escorpio.

Ya es la tarde y por fin salimos. Necesito café. Y que vayamos a la playa. Lucas no tiene una especial emoción por ver el mar. De camino me dice:

 —¿Sabés que me di cuenta? A mí sólo me importan las mujeres —después agrega— Me costó admitirlo pero es así.

Compramos café, vemos el mar y chapamos.

—Vamos a conocer Mar de las Pampas que es re lindo, todo bosque y arena, re cheto igual  —le cuento, atajándome de sus posteriores comentarios sobre lo cheto que eran los lugares dónde lo llevaba y lo mal que estaba eso.

De camino a Mar de las Pampas nos metemos por un pasaje que llevaba al mar. Ahí hay una especie de carpa hecha de hojas de palmera. Seguimos caminando un rato por el borde del mar, tocándolo. Le cuento de las almejas y los agujeritos que hacen en la arena, que hay que cavar para buscarlas, que lo hacía con mis nonos y después mi nona las cocinaba. Que en Aguas Verdes era muy gracioso ver a los italianos con la sopapa y el balde. Y que así, de tanos glotones, casi extinguen las almejas de la costa. Cava en varios agujeritos buscándolas emocionado. Quizá le entusiasma algo más que las mujeres, pensé. No hay almejas, son agujeritos viejos. Nos sigue un perro de la playa. Lucas agarra un caracol violáceo y lo guarda en su campera de cuero rota.

—Para mi cajita de recuerdos —dice, y me recuerda la mía, abandonada hace años. Desde antes de tener a Benja que no guardo recuerdos. Ni de Marido ni de mi hijo. Ni escarpines, ni cordón umbilical podrido, ni nada.

Nos tiramos en la arena con el perro, fumamos porro, me subo encima de él. Pensé que me ibas a mostrar las tetas dice y me levanto el top. Es invierno y no hay gente en la playa. Me saca unas fotos, me muevo sobre su pija ya dura mientras él agarra mis tetas. Las estruja, las chupa.

 —Tendríamos que ir a garchar a la carpa esa, me pongo en cuatro me bajas la calza y me coges mirando el mar.

Vamos, el perro nos sigue. Se la chupo un rato, me saca más fotos, que salga el mar, le pido. Nos pajeamos. Una pareja en una pick up frena ahí cerca a pescar. Me pongo en cuatro mirando por la entrada de la carpa. Cogemos un rato. Cuando la gente mira me excito. Saca unas fotos conmigo en cuatro, su pija y mi orto. 

Después paramos y nos vamos al auto. El perro nos acompaña. No tenemos nada para darle, sólo un alfajor Havanna de nuez. El chocolate les hace mal, me dice. Yo le hubiera dado igual, si fuera perro no tendría problemas en morir por un alfajor Havanna.

Volvemos al departamento. Me peino y me maquillo un poquito, como siempre. Dos minutos me dice cuando salgo, que es su forma de decirme que me puse hermosa sin decírmelo. Me río. Me pongo una pollerita otra vez.

—¿Trajiste el látigo? —le pregunto.

Me agarra del pelo fuerte y me pone en cuatro en la cama.

—Ahora te voy a hacer mi putita.

Me pega con la mano, fuerte, de esas nalgadas que pican. Agarra el látigo. No duele más que la mano pero hace mucho más ruido. Me da varias veces seguidas. Más me acostumbro y más me gusta. Me pega en los cachetes del culo con la pija bien dura y me la mete en la concha. Me coge fuerte un rato, mientras yo me toco. Después con la mano por la espalda me meto un dedo en el orto. Me encanta sentir su pija con mi dedo desde adentro de mi culo. Le pido que me apoye la pija en el orto y me tire toda la leche ahí. Me toco la concha con su leche y él pasa su lengua por todos nuestros fluidos juntos cada vez me volvés más asqueroso me dice. Dormimos.

A la mañana siguiente volvemos a salir pero esta vez caminando. Yo quiero café y vamos al Havanna a comprar uno. 

—Un café con leche con cuatro de edulcorante para mí. Vos comprate el Mocha Blanco que es increible. Y si querés algo de comer —le digo mientras le doy un billete de mil pesos.

Después vamos al mar caminando. Pasamos la tarde charlando en la playa. A la vuelta, por la calle, me da un ataque de ansiedad. Se lo cuento. Lucas me dice que pruebe cerrar los ojos y que él me guíe, que así se le pasa siempre. Pruebo. Escalón, vereda, adelante hay un árbol, me va llevando. Me acuerdo de mi infancia. Después del divorcio de mis papás pasé años con una alergia al sol que no me dejaba ver durante el día y mi mamá me llevaba al colegio con los ojos cerrados mientras me decía qué había adelante.

—Es normal que te pase esto, tenés mil quilombos, tu ex marido, tu casa, Benja.

 —¿Ves? Si estuviera con alguien normal tendría que caretearla. O tener una conversación aburrida sobre ansiedad y psicólogos. Mis amigas me quieren matar que ahora salgo con vos. Siempre metiéndome en quilombos. Tampoco sé si yo quiero otra cosa. 

—Bueno, vos tampoco sos cómo mis amigos.

Llegamos al departamento. Me tapo la cara con una almohada mientras él toca la guitarra. Al final me calmo. 

—Con vos me siento bien, Lucas —le digo y nos abrazamos.

Al despertarnos volvemos a salir, esta vez para comer. A todo esto ya eran la una de la madrugada. Vamos a un bar que está abierto. 

—Sentémonos afuera así fumás —me dice.

—Hace frío.

—No hace tanto frío, me gusta que fumes —lo veo temblar pero quiero fumar y él parece disfrutar de verme contenta.

Nos sentamos afuera. Pedimos cerveza y rabas. Charlamos de lo que pasó, de mi mal flash, de lo importante que es salir del encierro de una habitación para despejarse y ver las cosas más claras. Viene el mozo a ver si queremos algo más. Lucas me mira, le hago señas de que pida tranquilo.

—¿Un paty puede ser? —le pregunta.

—No tenemos eso —dice el mozo con cara de asco.

—Acá en la carta dice hamburguesas, y seguro son marca Paty así que haceme el favor de traerle al chico lo que te pide —me meto, enojada. 

El mozo pone cara de nada y se va.

Salimos del restaurante y vamos a ver el bosque de Gesell de noche. Ahí en medio de esas calles oscuras y diagonales reviso mi teléfono y tengo varias llamadas y mensajes de texto de hace unas horas. Es Marido. 

Houston, tenemos un problema. benja no puede hacer caca.

¿Estás cerca? Porque no puede hacer caca y pide por vos.

¿Viajaste vos? Me tenés que avisar si no estás por acá.

Ey, hija de puta, estoy llamando a tu vieja a ver dónde mierda estás.

Diecisiete llamadas perdidas.

Más mensajes.

Esto así no va más. Buscalo mañana. Temprano.

¿Vos estás de novia?

Qué hija de puta que sos.

Otra vez la presión en el pecho. No quiero decirle nada a Lucas porque se va a fastidiar. Dos días sin teléfono me pidió antes de salir y yo no puedo hacer ni eso.

A veces en los ratos libres me imagino viviendo una vida tranquila. Dos tostadas y un café con leche todas las mañanas le dije hace poco a una amiga.

Esa noche garchamos tranquilos y dormimos abrazados. Al otro día nos levantamos para irnos. Compramos café y vamos a ver el mar. Después le intentamos sacar un peluche en las máquinas a Benja pero no podemos así que le compramos algo y arrancamos a volver.  

En el camino Marido me sigue torturando así que dejo el celular. Antes le pido por Whatsapp a mi mamá que lo busque a Benja así está cuando llego y que me haga pollo al vino blanco con arroz y champiñones. 

Primero Castelar. Lo dejo a Lucas en la casa y sigo. 

Cuando llego a mi casa está Benja y hay olor a la comida de mi vieja. Cuando voy a ver la olla queda muy poca salsa. Le pregunto qué pasó y me dice:

—Uh, Martin (el novio). Le dije que no se lo coma pero estuvo mojando el pan.

Me sube toda la sangre a la cabeza. 

—Sólo eso te pido y no lo podés hacer —le grito sacada.

Se quiere disculpar pero no me importa, tampoco me importa que Benja esté ahí mirando.

Descalza como estoy salgo dando un portazo y subo los diez pisos por escalera hasta la terraza. Salgo. Salto la parecita y me siento mirando los autos chiquititos que pasan por Avenida Maipú.

Pienso en Marido y lo culpo de todo lo que me está pasando. Pienso en mi viejo y en que nunca me va a entender. Pienso en Benja, en toda la gente que lo quiere. A vos te importan todos y no te importa nadie a la vez, siempre recuerdo esa frase de Marido. Me recuesto en la pared de la terraza y creo que me quedo dormida porque de repente una de mis piernas se arrastra por la pared vertical del edificio. Me agarro del piso pero se me resbalan los dedos por la membrana plateada y rugosa de la terraza. Estiro la otra mano hasta unos cables y me sostengo lo más firme que puedo mientras veo la pintura de abajo del precinto caer al vacío en pedazos.

Bajo. Mi mamá me dice que estoy pálida. La ignoro. 

Entro a la pieza y está Benja que me pide que le cuente qué pasó. 

—Pasó que a veces el mundo no es cómo uno quisiera.

—¿Y eso te preocupa? —me pregunta.

—Sí. Me preocupa y me pone triste.

—Y bueno, si querés nos vamos a otro mundo.

—Bueno. Dale —su comentario me arranca una sonrisa.

Desde que tengo un hijo pienso siempre lo mismo pero no lo digo porque me da vergüenza: Nunca más sola.

Nos abrazamos y nos vamos a bañar.

Antes de quedarme dormida le mando un mensaje a Lucas: nos vemos el miércoles a las once en la estación de Ciudadela, trae el látigo y la correa que vamos a ir a un telo. Voy a ser tu putita.