«Todos todos los pelotudos» por Cecilia Calvet

Germán entró al cuarto que compartía con su hermana menor y la encontró, como tantas otras veces, llorando.

—¡Mica! ¿Qué te pasa?

—Estoy cansada. Todos los pelotudos me tienen podrida.

—No llorés más Miquita, contame qué pasó.

—Estaba jugando con Leo y los pibes en la canchita del Barrio Brown —dijo Mica mirando para abajo —y vinieron unas que siempre me gritan y empezaron a decirme marimacho adelante de todos, ma-ri-ma-cho, ma-ri-ma-cho. Cada vez más fuerte y cortando la palabra en sílabas, así me gritaban. A mí no me gusta que me digan así pero ya estoy acostumbrada. Lo que me dio vergüenza es que me lo digan adelante de mis amigos. En un momento se la quise dar a una —hizo un enérgico ademán boxístico —pero me dijo que su papá era policía, así que agarré la bici y me vine volando para acá.

Terminó de hablar y largó un llanto profundo con una especie de hipo que cuando hablaba le cortaba las palabras.

Mica envidiaba a su hermano. Él podía hacer todo lo que ella amaba. Ir al club, andar en bici, jugar con los pibes, tirar piedras por ahí sin que nadie lo jodiera. Para ella no había mejor cosa en el mundo que jugar con él. Meterse en la pelopincho, pelear por la posesión de la manguera para hacer poses de fuentes, jugar a la lucha libre en la cama grande de Mamá (regla: pierde el primero que cae al piso). Por lo general esto terminaba con ella llorando y Germán tapándole la boca para que la madre no escuchara. Otro motivo del llanto podía ser la pelea de pies (reglas: recostarse en la cama enfrentados con las piernas para arriba y patear al otro. Pierde el primero que llora).

Un día clavaron unas maderas y armaron un karting. Las ruedas eran unos rulemanes que les había dado Luis, el mecánico de enfrente. Adelante le ataron una soga para tirar, los pies iban en una madera perpendicular a la tabla del asiento, casi pegados a los rulemanes. Girándolos para un lado y para el otro se lograba direccionar el vehículo. Primero tiraba Mica y Germán manejaba, después cambiaban. La pelea llegaba cuando ninguno quería llevar al otro. Finalmente tuvieron la brillante idea de hacer el tiraje a bicicleta: una Aurorita verde con cubiertas blancas, la más linda que se hubiera visto en kilómetros a la redonda.

—Vos podés hacer lo que querés y que nadie te joda —Mica seguía llorando —Yo quiero ser como vos, alta como vos, flaquita como vos, yo quiero ser un nene como vos.

—No llorés más —Germán la abrazó y le empezó a hacer los chistes que a ella le gustaban. Lo divertía que Mica pudiera pasar en un segundo del llanto a la carcajada.

* * *

Me llamo Micaela pero me dicen Mica. Mi compañera de banco es Camila y le decimos Cami. Somos amigas desde el jardín. El 8 de diciembre cumplí años y tomé la Primera Comunión. Hace un tiempo mi amiguita —así le gusta decir a ella —tuvo un accidente muy feo. Chocó con sus papás en la ruta. Estuvo muy grave pero ahora está mejor. Su mamá murió y su papá no se hizo nada. Cami dice que fue un milagro.

Fue la única que el día de mi comunión me llevó dos regalos. Vino a pesar de tener el ojo tapado con un parche blanco que me daba mucha impresión. Era el mismo parche que había usado siempre Fernanda Alcober, una compañera mala que odiaba que fuéramos mejores amigas. A Cami también le quedó una cicatriz muy gruesa y de color rosado en su cuello. Las compañeras que pudieron ir a verla a la clínica decían que comía por ahí. Yo no pude visitarla porque estaba internada en una ciudad que queda lejos y no tenía a nadie que me llevara.

Me sentaba con Cami desde primer grado y a veces ella era medio hincha, qué sé yo, pero la quiero. Nunca faltaba. Ese día que faltó vino una chica de otro grado y me dijo que Cami estaba muy mal y que la mamá se había muerto.

Casi me largo a llorar cuando me dijeron lo que había pasado y encima yo ese día me había puesto contenta porque iba a poder escribir cómoda con toda la mesa para mí. Y me sentí mal porque la quería y porque era feo lo que había pensado.

Siempre le contaba todo a ella. Cuando tuvo el  accidente le escribí una carta por primera vez. Con Cami odiamos las Barbies, nos encanta jugar a cosas divertidas. Andamos en monopatín, patinamos. Ella siempre dice que no quiere crecer nunca porque ser grande es aburrido, y que le gustaría ser patinadora artística. Por eso tiene sus patines con botitas blancas. Yo le digo que quiero ser el 10 de River y ella se ríe mostrando todos los dientes. Los de adelante los tiene un poco separados y muy chiquitos. Me dice que para eso hay que ser varón. Yo igual me río aunque no me gusta nada lo que me dice, porque parece que todo lo que me gusta es de varón. Y siempre la tengo que andar convenciendo a mi mamá para que no me ponga esos vestidos horribles de cuello con puntilla. Y tengo que andar poniendo buena cara, como en mi cumpleaños que mi mamá me dijo que le diga gracias a la tía Nelly que me regaló una Barbie. Y dije gracias pensando que nunca me van a regalar lo que yo quiero porque nunca me van a regalar la camiseta del Beto Alonso y los botines.

 * * *

Muchas veces, cuando la mamá de Cami vivía, íbamos a su casa después de la escuela. Nos íbamos caminando aunque quedaba bastante lejos.

Un día se pasó todo el camino pidiéndole a su mamá que le comprara papeles de carta. La mamá le decía que no porque esa semana ya le había comprado muchas cosas. Y le fue explicando todas las razones por las que no podía comprarle los papeles. La mamá de Cami siempre le tuvo mucha paciencia. Le decía las cosas mil veces, sin levantar la voz y pidiéndole que entendiera. A mí mi mamá nunca me explicaba mucho. No era no y punto. Nunca me compraban tantas cosas como a ella. Es que Cami es hija única y tiene tíos que le hacen regalos. Además su papá tiene una panadería a la que va todo el pueblo y gana muy bien.

Cuando llegamos a su casa Cami estaba muy enojada porque no le habían comprado los papeles de carta. Yo no sabía qué hacer porque no me gustaba que ella estuviera mal. La miré y le dije:

—¿Jugamos a la mamá y la mamá? —Se rió como hacía siempre que algo le daba vergüenza.

—Vos estás loca, Mica —dijo después de una carcajada.

A  mí me gustaba tanto su risa.

—Elegimos uno de esos bebotes que vos tenés, vos sos una mamá y yo la otra, ¿dale?

—Bueno, pero primero tenemos que casarnos —Cami se había tomado las cosas en serio.

Entonces yo le dije que bueno, que si quería primero nos casábamos pero que no todo el mundo que tenía hijos estaba casado. Ella me dijo que en realidad no nos podíamos casar porque éramos dos nenas. Pero era solo un juego y los juegos son así, ¿o acaso cuando jugamos a hacer ensaladas con las pelotitas que largan las plantas de mi patio no sabemos que son mentiras? Y si yo hiciera de nene y jugaramos a casarnos también estaríamos haciendo algo de mentira. A Cami le pareció bien lo que le dije y decidimos casarnos. Sacó de su ropero dos manteles blancos que tenía para la mesa de tomar el té. Pusimos dos peluches gigantes de cura y monaguillo. A mí me daba mucha risa porque eran Carozo y Narizota.

* * *

Desde que entré a la escuela sé muy bien que todos los que van al gabinete tienen problemas. Debe ser feo ir porque cuando volvés todos los del grado te miran con cara de lástima o se ríen. Igual nunca te salvás de que te miren así o de que te carguen. A mí me dicen Valderrama. Los varones me burlan. Por el 10 de la selección de Colombia me dicen así, y no porque me hayan visto jugar bien al fútbol. Jamás me vieron en la canchita del Brown. Dicen que mis pelos son como los de él. Y yo me enojo un poco con mi mamá porque intenta cepillarme los rulos, y por suerte mi abuela se pone en el medio y me defiende para que no termine pelada, pero igualmente me quedan los pelos todos parados y después mi mamá me los quiere atar. Ahí ya se arma una batalla campal que gano con la ayuda de mi abuela y me voy a clase con los pelos sueltos y endemoniados. Yo lo vi al Pibe Valderrama, así le dicen, lo vi jugando un partido y me parece que mis compañeros son unos exagerados porque yo no tengo tanta porra. Pero a la vez les viene bien porque encontraron algo con lo que cargarme y de eso se trata.

Peor le pasa a Cami que es gorda y todos se le ríen mal. A mí me pone muy triste porque veo que a ella le duele mucho que le griten cosas feas. Le duele tanto como a mí me duele que me griten marimacho. Ella la pasa feo cuando le dicen gorda. En el jardín por lo menos la cosa era compartida porque estaba Carlitos que también era gordo y le decían ca-ne-lón. Entonces Cami la ligaba menos.

Yo intento ayudarla diciéndole cosas lindas. Como que ella va a ser una estrella de rock, como Charly, porque estudia guitarra y toca muy bien. Le digo como Charly porque es el cantante que más nos gusta, una vez yo hice de él en una peña tocando una guitarra de cartón pintada mientras hacía la mímica de No voy en tren voy en avión. Ese día Cami se rió a carcajadas de mi bigote negro y blanco. También le digo que juntas vamos a bailar en el Colón porque las dos hacemos danza clásica. Esto del Colón lo saqué de mi tía abuela, a la que le gusta que me ponga la ropa de baile y le haga los pasos que aprendo en clase. Pone cara de ilusionada y mirando hacia arriba con los ojos perdidos me dice:

—Mica, ¿mirá si un día llegás al Colón?

Y yo ni sé lo que es eso pero me imagino que debe ser algo importante. La verdad es que yo solo voy a clases de danza porque me gusta Cami. Las zapatillas media punta y el rodete apretado con horquillas que pinchan son mi peor pesadilla.

Ese día la habían cargado mucho. Estaba llorando abajo de la campana. En esa misma pared había una Virgen gigante que nos hacía morir de miedo. El primo de mi mamá decía que no tenía por qué haber una Virgen en una escuela pública, pero nadie le daba bolilla porque lo tenían por loco. Como ese día en que acompañado de unas pocas personas salió con un megáfono para que no cerraran la línea de tren que llegaba al pueblo. Todos sufrieron que no hubiera tren, pero igual nadie hizo nada.

Cami estaba ahí, justo abajo de la campana y la Virgen. Las paredes chorreaban agua de humedad y estaban pintadas de un verde oscuro brilloso. La vi muy triste. Me acerqué y le dije que tenía que ser fuerte. Fuimos al baño para que se lavara la cara. Estábamos frente al lavamanos gigante, tomábamos agua con nuestros vasos plegables. Yo le decía que todos los que la cargaban eran unos tontos porque ella era muy linda y muy inteligente. Entonces Cami terminó de tomar el agua de su vaso, levantó sus ojos, me miró fijo, me dijo que la linda era yo y me dio un beso.

La frescura del agua de su boca se transformó en un calor muy fuerte. Sentí que los cachetes me ardían y que se ponían colorados hasta explotar. Cami tenía labios suaves con sabor a chicle  de tutti frutti. El beso duró un instante, mi cabeza no entendía qué pasaba y parecía que mi panza le quería explicar porque me hacía unas cosquillas que nunca había sentido, tanto que cuando Cami se alejó me agarré el estómago y me empecé a reír. Al darme vuelta vi en la puerta del baño a la maestra más gritona de la escuela.

—¡¿Qué significa esto?!

Nos arrastró, enojada, hasta el patio de varones. Nos preguntaba cómo íbamos a explicar lo que habían visto sus ojos. Nos puso en el medio y empezó a gritar y gritar como una loca que éramos un papelón, un ejemplo que nunca había que seguir, que nos miraran bien. Sé que siguió gritando pero yo ya no escuchaba. Sentí el calor del pis que corría por mis piernas, que mis pantalones de jogging gris se mojaban y mis medias también. Entonces rogué que mi guardapolvo me tapara toda esa vergüenza.

 * * *

Pasaron dos semanas hasta que volví a ver a Camila. Estaba con su papá. Pasaba por la vereda de enfrente de mi casa. Yo estaba andando en bici. Frené y me quedé mirándola. El corazón se me salía, me temblaban las piernas. Ella miraba el piso e intentó mover la cabeza para mi lado pero su papá le hizo un gesto con la mano y volvió a mirar para abajo. La seguí con la vista hasta que se perdió.

La escuela no es lo mismo sin ella. Cambiaría cualquier cosa con tal de volver a jugar en su cuarto lleno de juguetes. Dejaría el fútbol, dejaría de tirar piedras y hasta me pondría los vestiditos que sea si me dejaran volver a verla. Pienso en ella y me duele el pecho. Mientras la veía alejarse no pude parar de llorar.

Después de un rato me dio bronca no haber intentado acercarme. ¿Por qué no pude ser valiente? ¿Por qué me quedé inmóvil cuando la vi? Y vuelvo a llorar. Parezco una de las protagonistas de esas novelas que mira mi mamá.

Tiro la bicicleta y le empiezo a dar patadas y no me importa que sea la más linda en kilómetros a la redonda, y la pateo y lloro y lloro porque la pateo. Y me tienen todos cansada, mi mamá con sus novelas, el canchero de mi hermano, mi papá que no está nunca y todos, todos los pelotudos.