«Cumbia nena» por Malena Kiss

Hoy es sábado, me toca salir. Sin pensarlo llegué a lo de Mili, siempre se juntan ahí. Remeras, polleras y vestidos vuelan por el aire mientas hacen poses. Ya sabemos que Cami se va a poner una minifalda porque tiene buen culo. Y Mey, como siempre, algo para que le miren las tetas. No soporto tener que decirles a todas que están lindas. Diosaaaa se repite como mantra de autoayuda pedorro. Me pregunto si se dan cuenta de que lo único que quieren hacer es llamar la atención. Cantan a coros te pones loquita de noche, te gusta salir con amigas, un brindis, vasitos arriba, y tú te pones loquita, mamita. Se me arma un nudo en la garganta y las veo horribles a todas.

Estamos apretujadas en frente de un espejo intentando ser otras. Yo nunca supe cómo pintarme. Son demasiados elementos todos parecidos entre sí. Como no tengo mucho pulso lo que hago después de ponerme el delineador es pasarme el dedo por arriba. Queda un poco desprolijo y me da un aire de reventada que me gusta. Tengo labios gruesos, me los pinto de rojo. Vos siempre me decías que te gustaba mi boca y me lo creí. Me siento una chica Almodóvar. Ya sé que es tonto pero me da cierta confianza para encarar la noche.

Después hay que tomar lo suficiente como para quedar anestesiadas. Parece que la única forma de hacerlo es con juegos de cuarta. Me gustaría disfrutar un trago tranquila, sentada, hablando aunque sea de algo sin importancia. Preguntarles cómo están. Martu siempre rompe las pelotas para jugar al Chico Tres, creo que es el único que entiende. Es bastante boba, por suerte es linda. Este es el momento de su semana. Lo único que le da satisfacción a su vida rutinaria es rechazar una fila de pibes en el boliche. Para armarse la escena impone y dirige esos juguitos berretas. Odio que me obliguen a tomar. Es una dictadura de la felicidad. Quiero disfrutar un vaso de birra mientras me quejo de lo chota que es mi vida pero ahí está la desentonada de Mili gritando: Canta que la vida es una fiesta, no hay mal que por bien no venga. No puedo creer que sea una abogada exitosa, este recorte de su persona es patético.

Llega el momento de salir. Muchas veces, por no decir casi todas, tengo que juntar fuerza. Me iría a dormir sin pensarlo. Pero como me dejaste el corazón un poco roto me convenzo de que por ahí esta noche te consigo un reemplazo. Corremos todas a la esquina desatadas con el alma en pedazos. Vamos a parar el taxi que nos lleva al paraíso de bolas de espejos y cumbia al palo. Quizá en esa multitud de gente sudada que baila sin ganas me olvido de vos.

La entrada al boliche es un capítulo aparte. Hablar con el patova de turno para que nos deje entrar gratis o de última nos haga un precio minita. Ahí es cuando tengo que reprimir mis ideas feministas, tragarme esas palabras de igualdad que levanto como bandera y dejarme llevar. Por suerte nunca me tengo que ocupar de eso. Lu se pone al hombro el equipo. Es como nuestra RR.PP., conoce a toda la movida y siempre nos hace entrar. Un poco la admiro, no sé cómo lo hace. Siento que si tuviera que ir sola no podría entrar o terminaría pagando una cifra obscena. Para ella es natural. Ni siquiera es que se los chamuya, es simpática y listo. Me daría vergüenza tener sus contactos de celular: Mati Rosbar, Patova Jet, Ale Brandy, Lucho Tinder. ¿Te acordás de cuando nos reímos de Tomi por guardar a la mina esa como “la gorda que garcha”? Me pregunto cuántos contactos nuevos tendrás.

Entro y suena una cumbia. Una calle me separa al palo. Humo y gente apretada. Me siento una boluda, podría estar en la cama viendo Game of Thrones. Pero no, estoy en medio de una masa de cuerpos sudados que se aprietan y se separan. Quiero teletransportarme a mi cama, no puedo. Me pierdo de todas la pibas enseguida. Doy vueltas un rato sola. La veo a Mey apretando con un chabón en una esquina, ¿cómo carajo hizo tan rápido? No está en su mejor momento, desde que Joaco la dejó, aumentó como diez kilos y piensa que cada pibe que se le cruza es el amor de su vida. Concluyo en que un escote desesperado levanta. Veo a las demás, pero me escapo. Me da vergüenza verlas bailando con esa emoción berreta. Sigo caminando sola, necesito observar este antro de humo con un poco más de distancia.

Cómo interactúa la gente acá adentro sigue siendo un misterio. La implícita coreografía nocturna, las minitas que se ponen a menear en el centro para llamar la atención. Y los pibes armando círculos alrededor, aplaudiendo para que vayan más abajo. No puedo evitar pensar que soy una extraterrestre, porque todos los demás parecen estar en sintonía. Mis ojos solo ven seres hechos de hormonas descontroladas. Me pregunto si tienen deseos de verdad, más allá de intercambiar fluidos. Y van cantando las letras de canciones que supongo alguien habrá escrito en joda o en pedo. Porque ¿cómo se te ocurre sino “las pibas, quieren chacha, por la cola, bien bien piola”?. Un grupo de chetitas bailando a saltos, cantando a gritos “déjate de joder y no te hagas la loca, anda a lavarte bien la boca”. Me río con soberbia. Y todas se emocionan con una de La Princesita, como si fuera una mártir con la cual se identifican, pero ellas nacieron en un country y fueron a un colegio bilingüe. Yo también soy cheta, siempre me lo decías cuando hacía esos comentarios. Pero era tu cheta.

¿Por qué me sigo sumando a estas salidas? Si lo que tengo es miedo a estar sola, esto es peor. Me la encuentro a Lu me cuenta que estuvo con Juan. No me puede importar menos, pero igual actúo interés. Y como hace un monólogo no sé da cuenta de que mi cabeza está en otro planeta. Pensé que como el bobo de Juan es amigo tuyo, por ahí estarías acá. Pero me dio vergüenza preguntarle, no quiero que se me note que sigo pensando en vos. No puedo ni decir tu nombre. Esto me pasa desde que soy chica, no poder decir el nombre del pibe que me gusta delante de los demás. Como si al pronunciarlo me delatara. Ese nombre encierra mis sentimientos y cuando mis labios largan el sonido que lo forman salen desesperados como un dedo acusador, como si no los pudiera contener más. Son nombres que funcionan como contraseñas de lo que siento. A los cinco años  no podía decir Lucas adelante de nadie. Ya no sé si me divierte o me deprime ver como, aunque el nombre fue cambiando, la sensación es la misma. Una palabra, un sustantivo propio que me desnuda frente a los demás. Hoy es tu puto nombre. Entonces no le pregunto nada para que no se me note. Y en cambio le digo que voy a la barra.

Necesito más alcohol para no pensar tanto. Me dan ganas de bailar. Después de un rato esta música del orto hace que quiera moverme sin parar. Voy al medio de la pista, cierro los ojos y dejo que la melodía extremadamente irritante entre por mis oídos y se me vaya escapando por la piel. El Polaco me canta solo a mí deja de llorar, deja de sufrir, ya no puedo verte más así, él no se merece tu amor. Disfruto sentir una masa amorfa alrededor mío que se mueve como ondas. Es un mar inmenso de cuerpos sudados, de cuerpos excitados, de cuerpos que rebalsan ganas. Me gusta sentir el calor general pero no quiero que se me acerque nadie en particular. Siento que si alguien me toca voy a estallar en mil pedazos. El ruido de ese rayador constante me está dando una sed absurda. Uno y dos Fernet más.

Me encuentro con las pibas y me voy a bailar un poco con ellas. Mientras meneo me doy cuenta de que ya no me molestan las letras. Me generan un enojo lindo que me hace vibrar. Escuchar que me digan puta o whacha me violenta de una manera hermosa. Soy Gilda, Laura, La Lechera, Andrea, La Colorada, Mabel. Todas ellas se apoderan de mí. Y bailo levantando los brazos y yendo cada vez más abajo. Los de Damas Gratis me susurran en el oído lo que tengo que hacer, les hago caso y muevo el culito. Se nos acerca un grupo de rugbiers giles. Cierro los ojos y sigo bailando. Esos agudos insoportables me llenan de electricidad. Y ese ritmo repetitivo me va anestesiando. Me siento una diosa cumbianchera. Se me escapa una carcajada en cuanto esta idea pasa por mi cabeza. Cuando abro los ojos me doy cuenta de que tengo a uno de los pibes muy cerca mirándome. Me sonríe.

Es uno de esos chetitos que están fuertes. Tiene ojos verdes, pestañeas largas y una barba linda, medio desprolija de las que me gustan a mí. Se me acerca, me agarra de la mano y me hace dar una vuelta. Me dejo, veo las luces pasar rápido y la gente se separa de nosotros. Me empuja cerca de su cuerpo. Me gusta volver a sentir que un cuerpo más grande que el mío me envuelve. Bailamos como tontos agüita, sobre tu cuerpo, agüita, al bailar, me desespero, me desespero. Me acerca con más fuerza y puedo oler su perfume. Tiene olor a coco y vainilla, hundo un poco mi cara en su cuello para ahogarme ahí. Me hace dar otra vuelta pero esta vez quedo de espaldas a él. Mi culo pegado a su pija, le meneo y me calienta. Nuestros cuerpos se frotan y me caliento más, siento como se le para. Una vuelta más y terminamos de frente. Me mira fijo con ojos carnívoros. Amo ese momento de chapar con alguien por primera vez, ese un micro instante donde te adelantás al tiempo. Quiero que alguien me mire así toda la vida. Siento su lengua en mi boca, mientras me agarra del culo y seguimos bailando. Me había olvidado lo divertido que era degustar otra boca. Le muerdo suave el labio de abajo, le gusta. Seguimos bailando mientras nuestras bocas se encuentran. Una vuelta más y vos.

Al principio pensé que te estaba alucinando. Estás lejos pero venís caminando para acá. Casi como un reflejo lo empujo al pibe. Me mira raro pero le doy la espalda y me acerco a las chicas. Te miro devuelta acomodándome el vestido y peinándome. Estás con una chica, la conozco, es amiga de Tomi. Es linda, es de esas pibas que le queda bien estar despeinadas. Ni el alcohol me pudo ayudar. Me desarmé por dentro. Creo que no se notó, soy buena actriz. El semblante de solitaria ya se acostumbró a mi piel. Te saludé, la saludé a ella. Fui simpática y te pregunté cómo andabas. Sé que me viste pero no me dijiste nada. Ni un comentario ácido ni un chiste, nada. Eso fue lo que más me dolió, ya ni te importo. Seguí bailando un rato más, cerca tuyo. Vi cómo la abrazabas y cómo le hablabas al oído. No por masoquista, porque necesitaba saber que era verdad, que lo nuestro ya no existe.

¿Sabés qué es lo peor? Vine pensando que acá podía haber algún pibe que me gustara, y que no fueras vos. Me resulta imposible. Me vino a buscar el rugbier, me agarro de la mano para bailar y me dio mucho asco. Ni sé que boludez dijo, solo vi su cara de gil y sentí asco. El asco es un afecto muy primario. Asco, los boliches me dan asco. Los pibes que no son vos me dan asco. Verte con otra me da asco. La cumbia me da asco. Y todo lo que tomé hace que mi cabeza estalle. Siento unas ganas de vomitar horribles. Corro sola al baño. Ven mi cara me dejan pasar. Me tiro en el piso y una cascada que es más grande que mi cuerpo se escapa sin que pueda controlarla por mi boca. El dolor subiendo por la garganta, el gusto amargo, ver lo que comí. Sale de mí como un chorro toda la frustración nocturna. Me siento mejor. ¿Sabés que después camine hasta mi casa llorando? Ya era de día cuando llegué. No pude salir de la cama durante todo el domingo. Sentía como si me hubieran pegado toda la noche, pero no tenía moretones.