El pacto vegano, por Esteban Guido

Ilustrado por Ezequiel Luque

Entré a casa y estaba Eva llorando en el sillón. Nunca en todo este tiempo había visto a mi novia tan angustiada. Estaba abrazando un almohadón, tenía el maquillaje corrido y no podía hablar. Preocupado, le pregunté:

– ¿Qué paso? 

– Estaba viendo un documental y … – siguió con el llanto un rato más – No voy a comer carne nunca más, voy a ser vegana.

Me explicó muy exaltada todo lo que había visto y avisó que la decisión ya estaba tomada. Fue hasta el freezer y tiró las milanesas congeladas como un acto de justicia. Ahí me dieron ganas de llorar a mí.

Al otro día ella recorrió varias tiendas naturistas y equipó la casa con nuevos ingredientes. Las primeras recetas eran horribles, para mi sorpresa eso no cambió con el paso del tiempo.

Siempre fue muy impulsiva y de eso me enamoré. Cuando llevábamos dos meses, llego al trabajo en el que nos habíamos conocido y dijo “Saque pasajes para ir dos semanas a Perú, vamos a hacer el camino del Inca. Había un error en la página y salieron ridículamente baratos. Pero salimos hoy a la noche. Renunciemos y vamos”. Yo me reí hasta que me di cuenta de que venía en serio. Igualmente, me dio miedo presentar la renuncia. Yo tenía treinta, buscaba asentarme. Ella había pasado hace poco los veinte, tenía tiempo para mandarse alguna. Nunca se lo confesé, pero en realidad me tomé vacaciones y después le dije que me hablan reincorporado. La pasamos genial, sacamos miles de fotos y cuando volvimos ella consiguió otro trabajo rapidísimo. 

Mi mal humor aumentaba mientras la carne iba desapareciendo de mi sistema. Fue una semana dura, hasta que llegó el sábado.

– Mira que mañana tengo asado con los muchachos

Me miró de arriba abajo y con un tono burlón, dijo:

– Sabía que no te la ibas a bancar. Mientras que no estés conmigo, comé lo que quieras.

Acepte el pacto. No le conté nada a los muchachos para que no se burlaran de mí. Las semanas fueron pasando y la convivencia se volvió un poco hostil. Ante cada oportunidad que se me presentaba, me hacía una escapada a alguna parrilla de la zona. Muchas veces incluso me comía un chori de parado después de hacer algún trámite. Ella olfateaba mi olor, pero no decía nada.

Con la comida no terminó la cosa, a los pocos días cayó con un tacho para tirar los reciclables y podo después con unos cajones para poner los restos de verduras y frutas. Según ella, era un acto de amor con la tierra. Para mí, un juntadero de moscas en el balcón.

El único aliado en mi lucha era Toby. A él lo había rescatado Eva. Hace un tiempo, me pidió que la llevara hasta un criadero de Bulldog Franceses en el que maltrataban a los perros, del que se había enterado por Facebook. No sé cuanto duro ese viaje, nos adentramos en el conurbano hasta que las casas empezaron a tener una separación que me incomodaba. La esperé en el auto y cuando volvíamos escuche un ruido extraño.  Bajé la radio, me preocupé de que se hubiera roto el aire acondicionado. Fue ahí cuando me di cuenta de que el sonido salía de su cartera. Ella la abrió y me mostró al perro, que era el último de la camada y que la criadora lo iba a matar. Cuando llegamos a casa empecé a observar al perrito y entendí un poco más la situación, Era muy feo y con pocas capacidades motrices. Era más enano de lo común y ya se le podían notar las patas chuecas y el hocico deforme le impedía respirar bien.

Después de ver el documental, Eva le empezó a comprar alimento balanceado vegano. Me daba una pena tremenda. Lo empecé a pasear más seguido para poder pasar por la parrilla de la vuelta de casa y siempre le compartía un poco de mi comida. Ya tenía el WhatsApp, hacía el pedido unos minutos antes de salir. Me la hizo difícil el perro, el poco aire que le entraba por su hocico hacía que no pudiera caminar sin cansarse. Disfrutaba de comer carne tanto como yo. Entre lo que comíamos y la caminata volvíamos bastante agitados a casa.

Llegué a casa un día y sentí olor a pollo. Ni llegue a cerrar la puerta, fui corriendo hasta la cocina y vi a Eva haciendo una pechuga. Sonreí, pensé que había entrado en razón.

– Toby está con vómitos, el veterinario me dijo que le cocinara arroz con pollo. No sé por qué le agarro de repente.

– Qué raro, ¿no será el alimento?

Juraría que el perro me miró con complicidad. El día anterior habíamos compartido una molleja. Me dio un poco de bronca que él tenga el beneficio de comer carne en casa, pero capaz en unos meses pueda decirle que no me está haciendo bien la dieta vegana y empezar a mechar un poco con comida de verdad.

Un sábado, Eva me pidió que la acompañe a una feria vegana que había abierto hace poco. Quedaba en la plaza Olivos, cerca de casa y a dos cuadras del Parripollo Don Carlos. Íbamos camino a la feria, cuando el mismísimo Don Carlos salió del local, saludo a Toby y le dio un resto de vacío que tenía por ahí. Eva le gritó y se puso a discutir conmigo ahí mismo.

– Con razón sacas tanto a pasear al perro. Así terminó a los vómitos. Ya me parecía raro que siempre en los paseos pararas unos quince minutos en distintos lados. 

– ¿Cómo sabes que paro en los paseos?

– Por el chip rastreador que le inyectamos a Toby, pelotudo.

– O sea que me estuviste siguiendo.

– Pensá lo que quieras, pero desde ahora al perro lo paseo yo.

No me iba a sacar un derecho más. Me enojé tanto que volví a la parrilla y me compre un sanguche de vacío. Llegamos sin hablarnos a la feria, Eva con Toby en brazos y yo con el sanguche. Me senté en uno de los bancos y ella fue a recorrer. Fue después del primer bocado cuando me di cuenta del niño de unos siete años parado al lado de la mesa mirándome con la boca abierta. En sus manos tenía una bolsita con fruta deshidratada que comía con muy pocas ganas. Su cara pálida, carente de vitaminas, pedía a los gritos un pedazo de mi sanguche. Le estaba por dar una mitad, pero al instante llegó la madre. “Vamos”, le dijo. Me miró mal, lo agarró de la mano y se lo llevó. Eva volvió a dejarme al perro. “Tenémelo que no me dan las manos”. Es obvio que se estaba comprando de todo para darme bronca.

El perro daba pequeños saltos para intentar llamarme la atención, estaba salivando como nunca. Corté un pedacito de carne para dárselo. Observé la feria para vigilar que Eva no me viera. Me deprimía un poco ver esa cantidad de pequeños puestos. Algunos vendían comida y otras cosas algo esotéricas, como aceites curativos o atrapa sueños. Seguí con la vista a los distintos puestos hasta que vi a mi novia. Estaba hablando con un pibe joven, ojos verdes, flaco, pelo largo, con movimientos suaves y relajados. Es obvio que todas las pibas morían por él. Era un ambientalista, un rebelde con causa, un Peter Lanzani del conurbano. Vi como lo observaba, cómo se rio, se mordió el labio y miró hacia abajo. Casi lo ahogo al perro con el pedazo de carne gigantesco que le di. Ella volvió contenta.

– Recién hablé con el organizador de la feria. Me dijo que una señora se quejó porque estabas comiendo carne y pido que te echen de la plaza. Pero él le dijo que no, que hay que respetar a todos.

– Qué pelotudo.

– Siempre los que piensan distinto a vos son unos pelotudos.

Le dejé la correa en la mano, me levanté y me fui de la plaza. Caminé dos cuadras, cuando me di cuenta de que no tenía por qué dejarle al pobre perro con ella. Volví. A lo lejos vi a Peter Lanzani sentado en la mesa con mi novia. Ni siquiera esperó a que el banco estuviera frío. Decidí no aparecerme ahí. Prefiero perder al perro a perder mi dignidad.

Al otro día, como todos los domingos, me levanté para ir a la carnicería. El asado con los muchachos era infaltable. Cuando estoy por estacionar me doy cuenta de que está cerrada, otra más. Hace varias semanas que vienen cerrando las distintas carnicerías. Tardó un rato en encontrar otra, estaba repleta de gente. Mientras esperaba, se escucha “Raúl, venite a cambiar la ropa que estás hecho un roñoso”. La mujer del dueño lo cago a pedos, eso es un buen indicio de carnicería de barrio. Tarda en llegar mi turno, porque solo estaba atendiendo el empleado. Cuando me toca, hago mi pedido habitual. Observó detenidamente al empleado y me quedo pasmado al darme cuenta de que era Peter Lanzani. Él también me reconoció, pero no dijo nada.

– ¿Qué haces acá? ¿Vos no eras vegano?

– ¿Qué te importa, flaco?

– Dale, decime. Mientras, ¿me cortas un pedazo de pechito?.

– No me jodas, estoy laburando.

Me daba placer el asco con el que manipulaba los distintos cortes que le fui pidiendo. Antes de irme, le saqué una foto y se la mandé inmediatamente a Eva. Termino el asado y llegué a casa. Mi novia la envió al grupo de los veganos. No me pude sacar la sonrisa de la cara en toda la semana.

Al otro sábado, la acompañé a la feria. Estaba repleta de gente, muchos indignados habían ido a pedir explicaciones. Había un muchacho barbudo con una cresta que me llamo la atención porque estaba instalando unos parlantes. De repente, apareció él. Llevaba un micrófono en sus manos. Algunos abucheaban, hasta que empezó a hablar.

– Crecí en una familia de carniceros. Mi viejo se levantaba a las cinco para limpiar su negocio, atender a los proveedores. Desde chico, tuve mis convicciones y viví una adolescencia difícil. Yo lo ayudaba porque no había otra cosa para hacer en el pueblo. De un día para otro, se infartó y quedamos devastados. Me vine para Buenos Aires y me puse a trabajar en la carnicería de mi tío. Fue el único que me dio una oportunidad. Encima ahora cerró, la situación en el país está complicada. Entiendo que suena contradictorio, pero como lo que importa es la feria, le he pedido a Fede que me reemplace. Espero que nos sigan acompañando.

Fede parecía ser el muchacho de cresta. Algunos aplaudieron, otros los fueron a saludar. Si bien la feria seguía, Peter no. Lo único que toco mi corazón de todo el discurso fue enterarme de que la carnicería de su tío también había cerrado.

Al otro día, busque una carnicería cercana pero no encontré. Les avisé a los muchachos que no prendieran el fuego y fui al parripollo Don Carlos. Había una cola tremenda. Llegue y vi que tenía un par de nuevos empleados. Me atendió un barbudo y recién cuando termine de pedir me di cuenta de que era el nuevo líder de la feria vegana. Qué hipócritas de mierda. Le saqué una foto, pero esta vez no se la mandé a Eva. Se la mostré un par de días después, cuando estábamos discutiendo sobre la frecuencia de mis comidas afuera.

– Yo comeré mucha carne, es cierto. Pero por lo menos no soy un hipócrita como esos a los que vos le das plata. Mirá.

– No entendiste nada del discurso del otro día, ¿no? La gente que necesita trabajar.

– Bueno, se van a quedar sin trabajo si todo el mundo deja de comer carne.

Me miró con odio y se encerró en la pieza. Miré la hora, le puse la correa a mi compañero y salí a caminar. Llegamos a lo de Don Carlos. Toby tenía la lengua afuera y yo bastante transpirado. Comer tanta carne afectaba mi movilidad, pero no podia dejar la lucha en ese momento. 

El local estaba cerrado. Golpeé, nadie salió. Seguí caminando hasta la plaza Olivos para sentarme un rato. Tenía que hacer un pequeño descanso antes de volver. Los puestos de la feria seguían ahí armados, vacíos. Toby estaba muy molesto por no haber comido, le solté la correa y lo dejé correr libremente. Al rato, se metió adentro de uno de los puestos y no salía. Lo fui a buscar. Lo levanté, le volví a poner la correa, cuando me di cuenta de que se escuchaba gente hablando.

– Perfecto, entonces este ya está cerrado. ¿Cuántos quedan?

– Y acá, ya son pocas. Creo que tres. Pero ahora el jefe está guardado. El discurso lo expuso. 

– Si todo sigue bien, en tres semanas estamos.

– Sigamos así.

Saque el celular para grabarlos. Estaba tan nervioso que se me cayó al piso el perro, que pegó un ladrido. Instintivamente, le grité “Callate”.

– ¿Qué fue eso?

Agarre a Toby en brazos, salí corriendo, me vieron y salieron atrás mío. Hice varias cuadras y, aunque me costaba respirar, llegué a perderlos. No sabía ni por donde estaba. Me puse a ver las calles y me di cuenta de que a una cuadra estaba la carnicería del tío de Peter. Toque la puerta de al lado para que el tío me refugiara. Salió una mujer por la ventana.

– Señora, por favor, ayúdeme. Me quieren robar.

La vieja cerro la cortina y se metió para adentro con miedo.

– Por favor, señora, soy amigo de su marido y de su sobrino.

Le volví a ver la cara por la ventana y estaba furiosa.

– Mi marido no  aparece en esta casa hace semanas, se habrá ido con alguna puta. Y sobrinos no tengo.

Empecé a correr para casa. Busque cruzarme con algún policía, o al menos con un garita pero las calles estaban desiertas. Llegando a la esquina de casa, frenó una camioneta Volkswagen pintada de colores. Se abrieron las puertas y estaban los tres muchachos que me persiguieron. Uno me golpeó por detrás.

No sé cuánto tiempo tardé en despertarme, pero seguro que fue gracias al olor a sahumerio. Abrí los ojos vi una habitación llena de colores, un símbolo hippie en una de las paredes. De los techos colgaban una especie de telas a modo de adorno. La luz era escasa, provenía de lámparas de lava y algunas velas. Había una cantidad insólita de almohadones por todos lados. 

Me quise mover y no pude. Estaba muy bien atado a la silla con una soga, mi boca estaba tapada con un pañuelo con olor a propóleo. Mire a mi costado y en la misma situación lo vi a don Julio. Me miro desesperado.

Al rato, entró Peter. Sacó una pila de tabaco de un cajón y mientras nos miraba empezó a armarse un cigarrillo. Lo prendió usando una de las velas que estaban por ahí. Se acercó y me habló mientras me tiraba el humo en la cara.

– Ya te tenía entre ceja y ceja. Te haces el loco por comer carne delante de nosotros. Vos no sabes todo lo que sufrimos ni lo que sufren los animales.

Me empecé a mover furiosamente, tanto que la silla tambaleó y me caí. Gritaba, aunque no se escuchaba nada. Don Julio me miraba con resignación. Peter se acercó y me corrió la venda.

– ¿Dónde está Toby?

– Quedate tranquilo, el perro está bien. Ahora está feliz, corriendo en el patio.

– ¿Nos vas a matar? – Me volvió a poner el pañuelo.

– Todavía no, no puedo hacer nada con ninguno de los dos. Gracias a tu fotito tengo que tener un perfil bajo. Pero dame unos días.

Seguí intentando hablar y moverme, él se rió.

– Antes de irme, quiero que sepan lo que hicieron.

Y fue muy tranquilo a un armario, sacó una pequeña computadora y un proyector. Los conectó y empezó a reproducir un video que ocupaba toda la pared. El video empezó con unas vacas pastando, con sus crías cerca. Las madres iban guiando a los terneros por un campo. Cuanto más chiquitos, más lindos. Corrían libremente. De repente, la pantalla en negro y la escena siguiente fue de las vacas siendo metidas en un camión y los terneros muy nerviosos, llorando. Después, las vacas siendo asesinadas de un martillazo en la cabeza. Siguieron varias torturas a cerdos, gallinas, caballos y otros animales. No podía cerrar los ojos porque cada tanto entraba Peter y nos obligaba a tenerlos abiertos. Toda la noche se estuvieron reproduciendo esas distintas torturas, una atrás de la otra. Tenía ganas de vomitar, pero mi boca seguía tapada. Mi cuerpo no aguantó y meé encima. Me distrajo pensar que por lo menos el olor a meo contrastaba con el del ambiente.

A la mañana se volvió a abrir la puerta. Entró con una bandeja y un desayuno. Nos obligó a comer, no quería que nos muriéramos de hambre. Puse cara de asco cuando me quiso dar dátiles con avena, pero estaban ricos. También la leche de almendras. Le dije:

– Ya te van a agarrar, no soy el único.

Se calentó y me tapó la boca con furia.

– ¿Vos te pensás que soy un improvisado? El único ridículo que viene a una feria vegana a comer carne sos vos. En unas semanas, ya limpiamos este barrio.

Le fue a dar de comer Don Julio, que terminó rapidísimo. Antes de irse, veo que algo viene corriendo hacia mí. Toby se me sentó en mis piernas y así se quedó. Peter venía a visitar al perro regularmente y le intentaba dar comida. Cada vez que le ponían frutas o verduras enfrente, el perro me miraba pidiéndome por favor un pedazo de carne.

Pasaron tres días, el perro estaba débil, casi no comía. Yo había bajado un poco de peso y notaba que podía respirar mejor. De repente, se empezó a escuchar una sirena a lo lejos. De vuelta el silencio. Pero empezaron los golpes. Peter entró exaltado. Con la puerta abierta se escuchaba de lejos gritos. “Abrán, policía”. Nos ajustó las vendas. Salió y cerró con llave.

Desde la habitación se podía escuchar como se abría la puerta de calle y pasaban personas. Estaban revisando la casa, estábamos salvados. De repente, las voces estaban del otro lado de la puerta. Intenté hacer ruido con los pies, pero la alfombra del piso amortiguaba el sonido. Se escuchó del otro lado:

– ¿Qué hay ahí?

– Un depósito, no tengo la llave encima. Igual, ustedes tendrían que tener una orden de allanamiento para entrar. Tengo amigos abogados.

– Somos la bonaerense, no nos vengas con giladas. Igual te dejamos tranquilo, vinimos porque una pendeja hincha bolas nos dijo que le secuestraste al perro.

Lo miré a Toby y supliqué que ladrara. No parecía entenderme. Como estaba al lado de mi pierna, cerré los ojos. No quise ver su cara cuando le encaje una patada. El perro gimió y me ladró. Se escucharon ruidos del otro lado y se vino la puerta abajo. Tres policías del otro lado se quedaron mirando unos segundos sin reaccionar, el perro ladrando y nosotros dos muy bien atados. Peter intentó escapar, pero terminó esposado en el suelo. Los policías tardaron en reaccionar. Empezaron a llamar móviles, sacaron fotos y videos de todo el lugar, capturaron a un par de personas más que vivían ahí. Por un momento se olvidaron de nosotros, de desatarnos. Cuando lo hicieron, lo primero que hice fue abrazar a Toby. 

Apenas llegue a casa, Eva me abrazo y se quedó llorando un rato. 

– Como no volviste esa noche, te empecé a buscar por todas las parrillas del barrio. Nadie te había visto. Recién al otro día me acordé del chip de Toby. Fui a la policía, pero tienen que pasar no sé cuantas horas hasta que sé digen a buscarte. Les insistí, pasé una noche en la comisaria. Ahora que apareciste me voy a ir a quejar por ineptos que son.

Tarde en caer. Prendí la tele, mi cara aparecía en todos los noticieros.

– Parece que eran una banda que venía actuando hace mucho tiempo en distintos barrios. Secuestraban carniceros, los desaparecían o los mataban. Yo no lo puedo creer, el grupo de los veganos está estallado. Convivíamos con esta gente.

Me volvió a abrazar y se fue para la cocina. Al rato volvió con un plato y me lo puso enfrente. Milanesas con puré. También puso carne en el pote de Toby, me puse contento por él. Corté un pedazo y era de nalga. Me la estaba por llevar a la boca cuando se me vino el video de la vaca decapitada a la cabeza. Bajé el tenedor. Intente cortar otro pedazo más chico, pero no pude volver a usar el cuchillo tampoco. Corrí el plato y le dije:

– ¿De soja no hay?