Del otro lado de la cama, de Aylen Abril Costantini

Ilustración: Candela Cordova

Soñe con todos, parece exagerado pero fue verdad

dormí miles de horas y me desperté

super cansada, y las cosas que anoche quedaron

arriba de la cama

esta mañana estaban en el piso

Marina Yuszczuk, La ola de frío polar

Suena la alarma y me quiero morir. Después me acuerdo de que es domingo  y que nunca la configuré para que me despierte. Si hay algo que amo de los fines de semana es la posibilidad de dormir por horas indefinidas y dejar que  mi cuerpo se levante cuando le plazca. Estoy boca abajo, extiendo mi mano hasta la mesa de luz. Palpo demasiadas cosas que no distingo ni recuerdo de dónde salieron. Encuentro el maldito celular y toqueteo hasta que deja de sonar. 

Intento abrir los ojos. Despego los párpados lo mínimo e indispensable y me fijo la hora. Son las nueve de la mañana. Pero la re puta madre. Vuelvo a apoyar la cabeza en la almohada e intento seguir durmiendo. Al rato vuelve a sonar. Estaba segura de haberla apagado, pero se ve que la costumbre semanal de postergar me ganó. Esta vez me fijo en la pantalla, tengo que tocar la opción que dice detener para que no suene más. Me doy cuenta que el celular está demasiado oscuro, en configuración noche, que no es como lo tengo yo. Me doy cuenta que el celular que tengo en la mano no es el mío: es la misma funda blanca, es el mismo modelo, pero no es mi celular. 

Escucho de repente que la cama se mueve, como si alguien se estuviera sentando al lado mío. Se me paraliza todo, siento un cuerpo pegado a mí, siento su calor que emana como una estufa.  Del otro lado de la cama hay un hombre durmiendo boca abajo, su cara no puedo verla porque está mirando para el otro lado, para la ventana y el balcón, dándome la espalda. Junto coraje pensando que estoy confundida, que es mi imaginación, que son los restos de la borrachera de anoche que todavía no se me fue, que sentí cualquier otra cosa, y me doy vuelta. 

Puedo ver su pelo negro, ni corto ni largo, ni lacio ni con rulos. Distingo canas, no muchas, pero lo miro y no puedo sacarle la edad. No me quiero acercar tampoco, podría despertarlo y no quiero. Siento cosquillas y arena en todo el cuerpo, no puedo creer que esto me esté pasando. Hay un tipo en mi cama y, por primera vez, no tengo idea de dónde salió. Siento que mi cabeza es un tambor al que le estuvieron golpeando entre diez personas, tengo el estómago revuelto y la boca seca y deshidratada. Ni me animo a sentir su aliento. Comienzo a repasar en mi cabeza las últimas imágenes de las que no tengo tanta memoria. 

Anoche fue el cumpleaños de Carmella, festejó sus treinta a lo grande. Primero hizo una cena para su grupo más íntimo, con barra libre incluida y después de la una, el mismo bar en Palermo abrió sus puertas al público. 

Busco alguna cara familiar durante la cena, algún rasgo que me resuene. Estábamos los de la oficina, los de la facultad, los del colegio, algunos otros esparcidos sin grupo de pertenencia aparente y los de teatro, que son uno más raro que el otro. Los descarto automáticamente, ninguno de esos puede ser el tipo que está en mi cama. No puedo recordar a alguien con un pelo como el de la persona que tengo al lado, o tal vez es tan común que podría ser cualquiera. Había un par de morochos que no tenían  el pelo ni largo ni corto, ni lacio ni con rulos. No tengo forma de saber si es alto o bajo, gordo o flaco. Está tapado con una sábana. Puedo ver que está desnudo. Todo en él parece dentro de lo común, es decir, ningún rasgo que lo haga sobresalir. 

Durante la cena me tomé varias pintas de cerveza, no puedo registrar cuántas,  ¿fueron dos?,  me parece que tres o cuatro. Para el momento en el que abrieron las puertas del bar ya estaba desquiciada. Hacía mucho tiempo que no tomaba tanto ni mezclaba así, estaba segura de que mi etapa de inmadurez alcohólica había quedado en los veinte cortos, pero el cumple de mi amiga inspiró viejas costumbres que creí haber dejado atrás, junto con la adolescencia. 

Miro la nuca del extraño en mi cama y me agarra vergüenza mientras me acuerdo de la forma en la que bailé con Mario. No me importó nada, lo calenté, le bailé de espaldas, apoyandole todo el culo y refregandome sobre su cuerpo mientras bajaba al ritmo del meneaito. En algún momento estábamos  pegados cara a cara, mis manos entrelazadas sobre su nuca. ¿Me lo chapé? No me entra en la cabeza cómo pude estar tan cerca de una persona, respirando su aliento, con los labios pegados, sin haberle dado un beso, ¿quería darle un beso? me muero de ganas de darle un beso en este momento. Pero no es Mario el que está acostado conmigo, me entristece un poco. El bartender que me regaló unos chupitos, no sé exactamente cuántos, tampoco es. Me sacó charla, me miró, pero tenía los brazos todos tatuados. Giro mi cabeza y miro de nuevo al hombre que tengo al lado. Es una hoja en blanco, no distingo ningún dibujo en su piel a simple vista. Vuelvo mi atención hacia la mesa de luz, busco alguna pista que el cuerpo no me pueda dar y veo un reloj enorme, de esos caros y ostentosos. No es mío, es de varón. Me parece haber visto antes ese reloj, pero cuántos así habré visto en mi vida, cuantas manos habré visto anoche. Manos con un trago. Tragos que traté de arrebatar de cualquiera, con una sonrisa y sacando charla. No es muy difícil robarles alcohol a los hombres. En otro momento me veo bailando en ronda con chicas que no sé de dónde salieron, ¿qué pasó con Mario? Estábamos formando un círculo, desacatadas, bailando con furia. Me trastabillaba con todo y me costaba mantener el equilibrio, tengo estas imágenes de la luz tipo boliche mareándome aún más. Se nos acercó un grupo de pibes en algún momento y nos pusimos a bailar entre todos, había uno que estaba buenísimo al que le clavé la mirada hasta que me sacó a bailar. Me acuerdo del chico haciéndome dar vueltas, una detrás de otra. Todo a mi alrededor estaba girando, veo en mi memoria su cara triplicada, como un cuerpo con muchas cabezas hermosas. Puedo acordarme también, como si lo estuviera viviendo en este preciso momento, del miedo que tuve de devolver todo ahí. Alguna parte de mí, la única consciente, encaró directo para el baño. Iba empujando gente, las luces me mareaban y en cualquier momento me iba a ir a la mierda. Estaba desesperada por llegar al baño. El resto de la multitud me empujaba con bronca, respondiendo a mis codazos y golpes que daba en el intento de abrir el paso en un lugar atestado de gente. No se podía circular. Nadie entendía que apenas podía mantenerme parada y gracias.

No sé cómo hice para llegar, no aguantaba más. Había devuelto todo, lo sé porque estaba hecha un asco y tirada en el piso. Siempre que vomito porque estoy pasada de alcohol termino tirada en el piso. Estuve recostada sobre la cerámica helada y sucia un largo rato. O eso me parece; o no sé si me dormí. 

Con mucho asco me miro el cuerpo, las rodillas, los pies. Tengo mugre en las piernas, cortes y moretones y barro en las uñas de los dedos. Soy una bestia, pienso que podrían haberme hecho cualquier cosa, que estuve tirada en el piso de un baño cualquiera con casi treinta años; vaya a saber la cantidad de gérmenes que deben haber habido ahí, la cantidad de tiempo que pasé. Necesito bañarme ya, ducharme en lysoform, ni siquiera distingo las marcas de mi cuerpo, me debo haber ensuciado con mi propio vómito. No sé si seguí tomando, cómo salí del baño, si salude a alguien, no sé qué tanto quiero saber tampoco: ¿me habrá visto Mario en ese estado? Qué papelón cuando vea a los de la oficina el lunes, ya me puedo imaginar el sermón de Clara.

Me levanto de la cama asqueada, en el camino al baño está toda la ropa tirada. Veo forros en el piso, cuento cinco en total. Buenísimo, nos cuidamos, se cuidó ¿cinco veces? ¿se cuidaron? No me animo ni a pensarlo que se me retuerce el estómago, yo no me cuidé nada evidentemente. Me consuela no tener un bebé de vaya a saber quien. Cuando salga de la ducha tengo que  averiguar por lo menos el nombre de la persona que se quedó a dormir. Tratar de entender, a lo mejor me ayuda a recordar algo de todo lo que pasó, a lo mejor es una buena persona y él también estaba pasado como yo ¿o no? ¿quiero saber? tengo miedo, miedo de lo que pudo haber pasado ¿pude haber hecho?, necesito aclararme un poco, sobre todo porque la cabeza me da vueltas como una calesita. No hace falta que me saque nada, porque estoy desnuda. Me miro al espejo y me sorprende la imagen. Parezco un monstruo, tengo todo el maquillaje corrido, unas ojeras oscuras que llegan al piso, el pelo revuelto, trato de peinarlo pero tiene restos de cosas. Podría ser vómito, alcohol, semen; podría ser cualquier cosa que haya habido en el baño del bar donde me acosté, en mi cama, no tengo la más pálida idea. Tengo las piernas cansadas, me duelen los aductores y los gemelos especialmente. Bailé demasiado anoche, lo hice en unos tacos altísimos, estoy destruida. Soy una sucia. Tengo la planta de los pies negras. Tenía los tacos altísimos en mi mano, me acuerdo. Anoche. Iba caminando por la vereda descalza, con alguien. Tiene que ser el tipo que está en mi cama, alguien me sacó del boliche. Estabamos en la calle, ya iba amaneciendo, había luz de día ¿hasta qué hora nos quedamos? Apoyé todo mi peso en el cuerpo de esta persona que me sostenía, me llevaba, me manoseaba, me subió al taxi, me acompañó, me manoseó un poco más, se subió al auto atrás mío; soy una marioneta siendo manipulada por él. Sé que me dormí, tenía sueño y me apoyé en ese cuerpo y me levanté hace un rato con la alarma. No tomo nunca más, me merezco todo por idiota. Me dan ganas de vomitar de nuevo. 

Voy al baño y abro la ducha. Estamos en verano pero necesito agua tibia, necesito que me pegue el chorro caliente en mi espalda tan contracturada, quiero que el vapor inunde el baño hasta dejarme sin respiración. La cabeza empieza a golpearme, necesito ya un Napruxeno. Antes de entrar a la bañera me voy de un pique, en puntitas de pie hasta la cocina, agarro dos pastillas y me las bajo con el chorro de agua que me tomo del pico. Vuelvo al baño, chequeo mi casa, que sigue intacta, y el muerto sigue en mi cama. Me meto en la ducha, me lleno de jabón. El agua que se acumula en mis pies adquiere tonos grisáceos y marrones, me sale sangre de algún lugar del cuerpo y no distingo de dónde. Agarro la esponja, la lleno de jabón, me lo paso por todo el cuerpo y me refriego con toda la fuerza que me es posible. Arranco con los brazos, izquierdo, derecho, sigo pasándome jabón, mucho jabón, mucha espuma, vuelvo al cuello, sigo por mis tetas, la esponja me hace doler, sigo con la panza, vuelvo arriba a la espalda. Se me dificulta más la parte de atrás, pero hago todo lo que puedo. Sigo por mis piernas, mis rodillas terminan coloradas. Sigo llenando la esponja y mi cuerpo de jabón, de agua, después vuelvo al jabón, refriego la esponja, le saco el agua llena de mugre, sale con color. Sigo con mis pies, el izquierdo, el derecho, separo dedo por dedo. Limpio la esponja, la paso por mi concha sensible, por mi clítoris ardido, inflamado, hinchado, trato de ser delicada para no hacerme doler. Me lleno el dedo índice derecho de jabón y me lo meto. Sé que estoy haciendo mal, pero no encuentro otra forma de limpiarme, no tengo jabón vaginal ni nada del estilo, mi ginecóloga me mataría si supiera. Pero necesito limpiarme de verdad, saco el dedo, vuelvo a llenarlo de jabón después de lavarlo, se forma espuma, lo meto de nuevo. Repito esto en mi concha y mi culo varias veces, con jabón y con agua hasta estar completamente limpia. Me pica todo el cuerpo de sólo pensar que acabo de meterme jabón marca supermercado, pero necesitaba sacarme cualquier resto de la noche anterior. Me lavo mucho las manos. Me limpio la cara por último, me siento mejor. Me quedo abajo del chorro caliente, pegandome en la nuca, en los hombros, en la espalda, no sé por cuánto tiempo. Me relajo, mis músculos dejan de estar tan duros y tensos, aunque el estado de alerta sigue, porque sé que no estoy sola en el departamento.

Toda la situación me pone mal, me da desconfianza. No logro encontrar en mi memoria algún rastro concreto de este tipo; aunque sea su cara, algo. Cierro la ducha, salgo, me pongo una toalla en el pelo y una más grande en el cuerpo. Abro el cajón debajo de la mesada, busco algo con filo pero no encuentro. Agarro una gilette que de nada me serviría, pero me la quedo igual porque ni siquiera un frasco de vidrio tengo en el baño. Me siento atrapada en mi propia casa, soy una inconsciente. No puedo salir así en bolas, tengo que hacer algo porque no sé quién es la persona que está en mi cama y estoy segura de no haber conocido a alguien con sus características ¿o sí? Su tamaño, le vi una espalda enorme que está ocupando la mitad completa de mi sommier, es gigante y se me viene otra imagen de la noche, en un sillón, con un hombre encima mío metiendome la lengua, ahogándome. Estamos al lado de algún parlante porque el sonido me está aturdiendo, me está retumbando y me vibra todo el cuerpo. Me lo saco de encima, ya sin fuerzas del pedo que tengo así que debe haber sido al final de la noche, después de vomitar todo. Tengo la sensación de sentirme muy chiquita abajo suyo, aunque por mi tamaño cualquiera podría ser gigante y tener una espalda enorme. Pero no, no creo que sea el mismo porque no encuentro en mis recuerdos algo de la piel marrón, pasada de sol y vacaciones del que está en mi cama. Tampoco estoy segura de que coincida con la persona que me sacó del boliche. Pienso en llamar a la policía, les digo que hay un tipo en mi casa, no sé ni a qué número llamar pero me doy cuenta de que me dejé el celular en la mesa de luz. Qué raro, tan estúpida como para ponerme en pedo, traer a alguien a mi casa que no conozco y no recuerdo; haberme traído el celular al baño hubiera sido demasiado inteligente y racional. ¿Y si me roba? Tengo ahorros en una lata rosa cuadriculada detrás de unos libros, en mi biblioteca. ¿Cómo hago para salir del baño y chequear que todo está en su lugar? ¿Y después hacer como si nada? 

Sigo en el baño no sé hace cuánto tiempo, apoyada contra la mesada con la toalla puesta, estoy paralizada. Empiezo a escuchar ruidos. El tipo se está moviendo, se despertó y camina por casa. Está descalzo, me doy cuenta por el ruido de los pasos. Qué manera de moverse, va de acá para allá ¿qué le pasa? parece que estuviera  corriendo o trotando. Mi corazón no está latiendo, o lo hace de una forma tan lenta que no lo siento, tan despacito que ni lo percibo. Sigo quieta, dura como una piedra intentando descifrar qué mierda hace, por qué se mueve así, por qué pisa tan fuerte. Quiero salir pero mis pies no reaccionan, mis piernas no se mueven, solo puedo seguir parada, encorvada tratando de escuchar a través de la puerta, sosteniendo una gillette en la mano como si fuera un cuchillo con el que pudiera matar a alguien. Los ruidos cesan de un momento a otro, como si nada. Dejó de hacer lo que estaba haciendo ¿qué estaba haciendo? Tengo que crecer de una vez y hacerme cargo de mis decisiones. Ya soy grande.

Junto todo el coraje del mundo. Tengo los músculos tensos, estoy nerviosa y muerta de miedo. Abro la puerta despacio, asomo el cuerpo con la gillette escondida detrás. Miro hacia el sector que está atrás de mi biblioteca, sector que podría llamarse mi habitación si no viviera en un monoambiente, pero no encuentro a nadie. Giro la cabeza para el otro lado, sector cocina y comedor y tampoco encuentro a nadie. Termino de salir del baño y me voy para la derecha, en dónde está mi cama. No hay rastros del tipo. Sólo las sábanas hechas un bollo, mucha mugre que contrasta con el fondo blanco. En el piso sigue todo exactamente igual, mi ropa, los forros, todo igual excepto por él y sus pertenencias que tampoco están. Ni su celular en la mesa de luz. Es como si nunca hubiera habido alguien antes, además de mí.

Estoy mirando incrédula la situación, no entiendo cómo salió, ¿con qué llave? busco rápido en la pared donde cuelgo las mías. Siguen ahí. Pienso que tal vez esté abajo, en el palier. En un segundo, con mucha urgencia me saco la toalla, me pongo un vestido cualquiera, agarro las ojotas y salgo con el pelo chorreando agua y sin ropa interior. Estoy desesperada, me tiembla todo el cuerpo, tengo que encontrarlo en planta baja y saber quién mierda es. Aparece un terror mayor que anula todos los miedos anteriores. Es esta idea de no saber nunca más de él, no tener la posibilidad de enfrentarlo, de verle la cara, de preguntarle, pedirle explicaciones. Necesito saber, entender qué pasó, necesito saber quién es, de dónde salió, si fué sólo él, si fueron más, si yo quise. Siento una presión en el pecho que no me deja respirar de solo imaginar este bache en mi vida, inconcluso para siempre.

Aprieto el botón del ascensor que no reacciona, tengo miedo de que alguien le abra antes de que yo llegue. Estoy en el octavo piso, estoy dando saltos de ansiedad en el lugar y el ascensor sigue sin llegar, así que bajo por las escaleras casi corriendo. Tengo que reducir el ritmo mientras llego a los pisos inferiores porque me empieza a marear bajar en círculos, me voy agarrando de las barandas. Abro la puerta de emergencias, pero en el palier ya no hay nadie. Abro la puerta principal, salgo a la vereda. Es domingo al mediodía, no vuela una mosca y se escuchan los pájaros que cantan. Nadie en la calle, ni a la izquierda, ni a la derecha, no se escuchan autos tampoco; a los pájaros los acompañan los ladridos de perros, el viento y los árboles. De verdad no hay gente en la calle. Sigo sin entender nada. Vuelvo y mientras espero el ascensor todavía agitada, respiro y empiezo a bajar las revoluciones. El cuerpo me tiembla, lo siento flojo, necesito comer algo porque ya me hace ruido el estómago. Como en un déjá vu siento que estoy repitiendo esto. Anoche también estaba esperando el ascensor así, temblando con el cuerpo flojo, no me podía parar. Miro el suelo y sé que estuve tirada en este piso, ya de madrugada. Unos brazos fornidos me levantaron de las axilas. Me mantienen erguida y como si fuera una bolsa de papas me meten al ascensor. Miro el espejo del ascensor manoseado y puedo sentirlo como si fuera ahora: sus manos grandes, sus dedos anchos que me bajan el top que tenía puesto. Estoy desnuda de la pollera para arriba y su lengua grande me está baboseando toda, parece un perro desesperado y muerto de hambre; yo lo agarro de los pelos pero no logro calmarlo.

Me miro en el espejo, ahora con la luz del mediodía, y siento algo de alivio. No tengo que verle la cara, encontrarme con vaya a saber qué. Tal vez desayunar juntos e incómodos, como dos desconocidos que acaban de coger ¿acabamos de coger? Tal vez hablar y preguntarle qué hice anoche ¿disfrutó de mi rol pasivo? Pero ya no tengo ganas de  saber qué pasó, ni quién es, ni de dónde salió, ni si fué sólo él, ni si fueron más, ni si yo quise. Pienso que tal vez sea mejor así.

Ya en el pasillo veo la puerta de mi departamento abierta. El corazón me deja de latir, de nuevo. ¿Salí sin cerrar? no me puedo acordar, estaba apurada, salí volando. No aguanto más este miedo que no me deja en paz, estoy cansada. Dejo de pensar tanto y abro la puerta de una vez. Todo sigue igual, nadie volvió a entrar. Voy a tener que llamar a un cerrajero y pedirles que me cambien la cerradura. No sé si es tan grave como para avisarle al encargado, la administración tendría que cambiar la llave del acceso principal en planta baja ¿me harían pagar todo a mi? Me asomo al balcón, por las dudas, miro hacia abajo, chequeo los costados, miro para arriba, nada raro; cierro la puerta corrediza y la trabo. Ya se fué, ya no tengo miedo; vuelvo a sentir la seguridad de mi casa. Voy hasta la biblioteca, abro la lata rosa cuadriculada, y veo los  billetes. Mis ahorros. No tengo ánimos para contarlos pero confío en mi memoria gráfica. Es la misma imagen que vi la última vez que agregué dólares; le voy a hacer caso a mi papá y los voy a depositar en el banco el lunes mismo. 

Sigo alterada, pero más consciente de lo revuelto que tengo el estómago, del dolor de cabeza y del Napruxeno que me tome hace un rato, que no me hizo ni cosquillas. Voy al baño, me siento en el piso frío que me alivia, rodeo el inodoro con un brazo, con el otro me meto los dedos en la boca y devuelvo todo. Se me irritan los ojos, se me empaña la vista. Me quedo un rato así, alerta por si hay algo más que mi cuerpo necesita expulsar. Sigo un poco mareada, me pesa el cuerpo, la angustia, la culpa. Me quedo en la misma posición, en silencio, disfruto de un poco de tranquilidad, no sé por cuánto tiempo. Me calmo, me levanto y me voy a sentar a la cama, agarro el celular. Tengo muchas notificaciones, muchas llamadas perdidas de Clara, de otras compañeras de la oficina. Muchos mensajes. Ninguno es de algún número sin agendar, ninguno es de Mario. No puedo leer todo esto ahora, me gustaría poder decirles que estoy bien, que no me pasó nada. Pero me siento incapaz de responder. Salgo de los mensajes y me pido delivery de comida, con el estómago lleno seguro pueda pensar mejor.

Me paro de nuevo y veo el desastre de mi cuarto. Me muevo despacio, deshago la cama, empiezan a caerme lágrimas, trato de contenerlas pero brotan una seguida de la otra. Sigo haciendo un bollo las sábanas, las fundas, lentamente. Anoche estuve enredada en ellas, me vienen  imágenes, vestigios de cuerpos en guerra, batallando. Todavía están calientes y huelen a sudor. Son rastros que quiero borrar. Las meto en el lavarropas. Quisiera tirarlas, hacer de cuenta que nada de esto está pasando, pero tengo solo dos juegos y salen muy caras. Y entonces ya no puedo parar de llorar, desconsoladamente. Siento mucha angustia, tengo la vista nublada de lágrimas, mi cara húmeda y empapada. Las gotas tibias en cascada me recorren el cuello y caen por mi pecho mientras agarro una servilleta de papel y con muchísimo asco, empiezo a levantar del piso los forros, uno por uno.